Por Zhu Dongyang
BEIJING, 29 abr (Xinhua) -- El Mar Meridional de China se convirtió inesperadamente en escaparate de la alianza Estados Unidos-Japón, durante la reunión del presidente estadounidense, Barack Obama, con el primer ministro japonés, Shinzo Abe, en medio de las peticiones mundiales a éste último para que se disculpe por los crímenes de guerra japoneses durante la Segunda Guerra Mundial.
Tras una reunión con el líder japonés en Washington el martes, Obama dijo en una conferencia de prensa conjunta en la Casa Blanca que su país y Japón "comparten la preocupación" por las actividades de China en el Mar Meridional de China, acusando a Beijing de "exhibir su fuerza" en estas aguas.
Esta retórica absurda delata el intento calculado de ambos países de enturbiar las aguas y, a la par, contradice sus afirmaciones de que su alianza no debe ser "considerada como una provocación" y de que ambos países "dan la bienvenida al ascenso pacífico de China".
Para empezar, las disputas del Mar Meridional de China son entre China y otros implicados, y no necesitan la intromisión extranjera. Tampoco se deben usar como pretexto para cimentar un acuerdo de seguridad anacrónico que ahora no produce más que incertidumbre.
En austero contraste con la treta superficial de injerencia de ambos países, China ha expresado repetidas veces su determinación y sinceridad para resolver las disputas con las naciones implicadas a través de negociaciones pacíficas.
Además, el intento de Abe de usar las discusiones del Mar Meridional de China como distracción del problema histórico se revelará fútil. Mientras Tokio rechace hacer frente a las atrocidades perpetradas por Japón durante la Segunda Guerra Mundial y continúe maquillándolas, sus vecinos y la comunidad internacional le seguirán apretando las tuercas.
Desafortunadamente, a pesar de las demandas públicas estadounidenses y de las naciones de Asia Oriental, las declaraciones de Abe desde su llegada a EEUU han estado plagadas de llamamientos engañosos a la paz y han eludido asuntos históricos fundamentales, algo que resulta muy decepcionante.
Tal actitud también debe ser un insulto para el Tío Sam, que sufrió enormes bajas e hizo grandes sacrificios para derrotar a Japón en la Segunda Guerra Mundial. El ataque contra Pearl Harbor en 1941 y el engaño detrás del que se escondió merecen ser revisados.
En vez de lanzar acusaciones sin fundamento, Washington y Tokio, que comparten enormes intereses en la región Asia-Pacífico, deben cumplir su compromiso con la paz y la prosperidad mundiales a través de acciones verdaderas.
Y no se puede lograr una perspectiva de paz y prosperidad duradera salvo que los dos países estén dispuestos a cooperar de forma sincera con China. Fin