Por Deng Yushan
BEIJING, 1 ene (Xinhua) -- Con la llegada de 2015, el panorama internacional augura otro año de los que analistas políticos refieren como "Pax Americana" (Paz Americana). El "siglo chino" pronosticado por el premio Nobel Joseph E. Stiglitz y muchos otros todavía no ha comenzado.
Aún si -un gran si dada la marcada inexactitud de los estimados económicos- China hubiese superado a Estados Unidos como la principal economía, la excesiva interpretación, así como la exaltación y la inquietud, son innecesarias. Por excitante que pueda sonar, el supuesto cambio sería únicamente el resultado natural de múltiples realidades entrelazadas.
La primera y central de ellas es el hecho de que China constituye un vasto país bendecido con una población numerosa, trabajadora, amante de la paz y creativa, determinada a hacer uso total e inteligente de sus enormes recursos y potencial para buscar una mejor vida, no solo para sí misma sino también para el mundo.
También de crucial significado es una tendencia determinante e irreversible de los tiempos, es decir la representación de China del crecimiento colectivo del campo en vías de desarrollo, cuyos miembros desatan sus ímpetu y energía por el desarrollo socioeconómico después de no poder exponer todo su potencial durante mucho tiempo debido en una parte considerable a un restringido -e incluso inhóspito- entorno internacional.
Ante ese dinámico trasfondo, no debería levantar tanta polvareda que China superara eventualmente a EEUU en la producción total. Lo que debería ser calificado de chocante y extraño sería el escenario de una familia más grande y no menos industrializada que gestionara un huerto fértil de aproximadamente el mismo tamaño y que siempre produjera menos.
La mayoría de los chinos mantiene la cabeza fría. Aunque aprecian la opinión de prestigiosos economistas como Stiglitz, no están mareados por la corona que han colocado sobre China. Una reciente consulta en línea realizada por Xinhua International, nueva plataforma de la Agencia de Noticias Xinhua, y Tencent, un gigante de Internet de China, muestra que el 53 por ciento de entre unos 65.000 encuestados no cree que 2015 marcará el inicio de un "siglo chino".
Ante el hecho de que el Producto Interno Bruto (PIB) per cápita de China equivale solo a un tercio del de Europa Occidental y una cuarta parte del de Estados Unidos, y los problemas destacados como el desequilibrio y la desigualdad lejos de estar resueltos, la máxima prioridad de China sigue siendo profundizar completamente las reformas, garantizar el desarrollo económico sano y sostenible y mantener la estabilidad y la armonía sociales.
En la encuesta de Xinhua International/Tencent, el 63 por ciento de los entrevistados afirma que China debe continuar centrándose en la promoción del desarrollo económico y la mejora del bienestar del pueblo.
Es de puro sentido común que solamente poniendo en buen orden su propio hogar, en particular mantener su motor económico en marcha, China podrá continuar desempeñando el papel de gran potencia responsable en la arena internacional, ayudando a fomentar el desarrollo global y salvaguardar la paz mundial.
Que China se está convirtiendo en un caballo de tiro más fuerte es precisamente la parte buena de la ambivalencia que muchos en Occidente albergan por el creciente peso e influencia del gigante asiático. Ellos, junto con la forma antagónica, temen que el ascenso de China, un país de Oriente, altere e incluso cambie drásticamente el actual orden mundial, que privilegia a Occidente, o hasta conduzca a una guerra con las potencias establecidas.
Tal ansiedad parece relevante. Es verdad que el sistema internacional experimenta profundos cambios, con los países en vías de desarrollo logrando una creciente cuota de la economía mundial y teniendo una voz cada vez más escuchada en los asuntos internacionales, lo que al parecer coloca a Occidente en el lado perdedor.
Es cierto también que la historia está llena de conflictos dolorosos entre imperios emergentes y establecidos. La teoría del realismo ofensivo del estudioso estadounidense John Mearsheimer, expuesta en su obra maestra "La tragedia de la política de gran potencia", toca la fibra sensible de mucha gente.
Pero lo que parece relevante no es necesariamente correcto. Por una parte, el mundo no cayó de repente en un abismo. Pese a reiteradas rondas de decadencia occidental, el dominio occidental y la preeminencia estadounidense permanecen profundamente afianzados, especialmente en las esferas política y de seguridad. La mayoría de las instituciones mundiales sigue inclinándose hacia Occidente, y el presupuesto militar de EEUU eclipsa el gasto combinado de los siguientes 10 mayores consumidores en el sector.
Por otra parte, la actual reforma del orden internacional es en su raíz reparar y mejorar, en lugar de interrumpir y cambiar. No se trata de la decadencia de Occidente, sino que el resto del mundo acelera y toma lo que se merece pero no ha podido alcanzar desde hace mucho tiempo.
Y lo más importante es que un mundo menos occidentalizado y más igualitario beneficia realmente tanto a Occidente como al resto. Esto podría sonar desalentador para los chovinistas occidentales, pero solo en una plataforma internacional basada en la igualdad y la cooperación, en vez de la hegemonía y la explotación, el mundo logrará la paz permanente y todas las naciones explorarán completamente su potencial de desarrollo.
En cuanto a la rivalidad aparentemente predestinada China-EEUU, la historia no es para nada una bola mágica de cristal. Las dos potencias globales no deben insistir en la sabiduría anticuada, sino esforzarse para hacer historia a través de la exploración de una relación nueva y de beneficio mutuo entre grandes países. China se beneficia de un Estados Unidos sobrio y saludable, de la misma manera que una China próspera y fuerte sirve a los intereses estadounidenses.
Aunque resulte prácticamente delirante imaginar una interacción sin fricción entre ambas partes, esto no le resta credibilidad a la conclusión de que su compromiso no tiene que desembocar en la confrontación y la tragedia, teniendo en consideración la profundizada globalización económica y la cada vez más estrecha interrelación de sus intereses.
Lo que necesitan hacer ambos lo más pronto posible es consolidar su entendimiento mutuo e impulsar la confianza. Los contactos frecuentes y fructíferos entre el presidente chino, Xi Jinping, y su homólogo estadounidense, Barack Obama, han sentado una base sólida para construir un nuevo modelo de relaciones entre grandes países, y las partes deben aprovechar la oportunidad y lograr nuevos progresos.
La arquitectura internacional sigue avanzando sin apasionamientos. La comunidad internacional, especialmente sus miembros líderes, deben elaborar metas más altas en lugar de buscar éxitos pueblerinos a corto plazo, y trabajar conjuntamente para encabezar la transición hacia un sistema internacional que a la larga beneficie a todas las naciones.