Por Zhu Dongyang
BEIJING, 6 dic (Xinhua) -- En lugar de suponer un gesto genuino de reconciliación hacia Washington, el sorprendente anuncio del primer ministro japonés, Shinzo Abe, de que visitará la base naval estadounidense de Pearl Harbor parece esconder una falaz y calculadora táctica para borrar los pecados de Japón durante su historia.
Abe, que estará acompañado por el presidente estadounidense, Barack Obama, durante la visita, se convertirá en el primer primer ministro nipón en ejercicio que acude al enclave atacado por su país el 7 de diciembre de 1941. La brutalidad de Japón entonces y posteriormente arrastró a Estados Unidos a la II Guerra Mundial, lo que implicó la pérdida de miles de soldados y civiles norteamericanos.
La intención de Abe está tan clara como el agua: aliviar a Japón de sus deudas bélicas pasadas con EEUU y promover en Washington y en todo el país la imagen ilusoria de que es un aliado leal y un devoto guardián de la paz.
Los llamamientos de Tokio para reasegurar su alianza militar con Washington se están convirtiendo cada vez más imperativos, cuando la admistración saliente de Obama será pronto reemplazada por la del desafiante multimillonario Donald Trump, que el pasado mes de mayo denunció en Twitter el "ataque sorpresa" de Japón contra Pearl Harbor, que causó "la pérdida de miles de vidas estadounidenses".
En todo caso, es prudente juzgar a una persona no solo por sus palabras, sino también por sus hechos. Abe de ningún modo pretende ejercer como un comprometido "guardián de la paz" ni desempeñar un rol constructivo en la estrategia de EEUU hacia Asia, tal y como ha afirmado.
Así lo han demostrado sus imprudentes esfuerzos para desfigurar la Constitución pacifista de su país, levantar la prohibición de que las fuerzas niponas combatan en el extranjero y renunciar a toda posibilidad de disculparse por las atroces invasiones de su país.
En cuanto a la especulaciones que apuntan que la inminente visita de Abe simplemente devuelve la realizada por Obama en mayo a Hiroshima, ciudad nipona arrasada en 1945 por una bomba nuclear estadounidense, hay que dejar claro que Obama ha sido incapaz de proporcionar una reconciliación histórica con el país insular.
Durante sus ocho años de mandato en el Despacho Oval, Obama fracasó en evitar que su aliado asiático instigase problemas con sus vecinos mediante palabras y hechos provocativos.
La última bofetada de Japón en la cara de la administración Obama es el aviso, hecho después de anunciar la visita de Abe a Pearl Harbor, de que su líder no pedirá culpas por el ataque de su país hace 75 años.
Esto ha provocado especulaciones sobre el objetivo detrás de la visita de Abe, especialmente después de que el vocero de la Casa Blanca, Josh Earnest, expresara su "confianza en que muchos (veteranos y supervivientes de la II Guerra Mundial) dejarán a un lado sus propios dolores personales (...) porque reconocen lo importante que es este momento para Estados Unidos".
Es un hecho que Tokio nunca será confiable completamente en la comunidad internacional sin un arrepentimiento sincero por sus brutalidades bélicas pasadas; ni salvará su reputación mediante ningún acuerdo por la puerta de atrás en pos de sus propios propósitos.
Para los veteranos estadounidenses que perdieron sus vidas en Pearl Harbor al defender su país hace más de siete décadas, el cierre definitivo se produciría precisamente cuando Japón se arrepintiese sinceramente por sus atrocidades durante la guerra e hiciese las reparaciones pertinentes.