BEIJING, 6 jul (Xinhua) -- El Mar Meridional de China parece agitado cuando se aproxima el fallo final de un tribunal de arbitraje internacional y pesos pesados de la política y la diplomacia intercambian declaraciones acaloradas.
Grupos de asesoría de alto nivel chinos y estadounidenses sostuvieron el martes en Washington un foro dedicado al tema.
Sin embargo, en comparación con las regiones turbulentas de otras partes del mundo, donde a diario se viven situaciones de vida o muerte, en las aguas tropicales asiáticas en realidad está ocurriendo muy poco.
A excepción, por supuesto, de las visitas frecuentes de buques de guerra y aviones caza estadounidenses a la región en respuesta a la mejora de infraestructura que lleva a cabo China dentro de sus aguas territoriales.
Eso genera la pregunta de si se están desperdiciando recursos y atención en algo que no debe ser un problema.
China y Filipinas han tenido una disputa desde que la segunda invadió y ocupó islas y arrecifes pertenecientes a China en la década de los 70.
Sin embargo, los dos países habían acordado resolver las disputas a través de la negociación bilateral. Durante años, no hubo confrontaciones serias que ameritaran la intervención internacional.
Filipinas fue la que emprendió en 2013 de manera unilateral el arbitraje sobre las disputas. El gobierno chino tiene todo el derecho a no aceptar o participar en el arbitraje.
Eso responde a una razón, el proceso de arbitraje bajo la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (Unclos, por sus siglas en inglés) no se aplica a disputas como la que tienen China y Filipinas en el Mar Meridional de China.
Asimismo, ¿por que internacionalizar la disputa cuando las dos partes no han agotado los medios para negociar entre sí?. Existen bastantes precedentes que muestran que la intervención de una tercera parte sólo complica las cosas.
En el Mar Meridional de China, una tercera parte nunca será una amortiguación sino sólo un acelerador de las tensiones.
Estados Unidos, que está a un océano de distancia, prácticamente se autoinvitó en nombre de la libertad de navegación y de vuelo. Esta noción es injustificable porque cada año más de 100.000 embarcaciones de diversos países navegan por el Mar Meridional de China sin incidentes.
Es prudente prever un riesgo y prevenir que ocurra. Pero la intromisión de Estados Unidos en el Mar Meridional de China parece más una profecía autocumplida, surgida de motivos oscuros que permitan a los estadounidenses insertarse en los juegos de poder en Asia del este.
Cualquiera que sea su estrategia asiática, Estados Unidos no desearía que la situación se salga de control y se convierta en una verdadera confrontación con China, y ésa tampoco es la intención china. Sin embargo, China no cederá su soberanía ni integridad territorial.
El mes pasado, el secretario estadounidense de Defensa, Ash Carter, declaró que el fallo del panel de arbitraje sería "una oportunidad para que China y el resto de la región se vuelvan a comprometer con un futuro de principios, con la diplomacia renovada y a disminuir las tensiones, en lugar de exacerbarlas".
El señor Carter ha puesto sus esperanzas en el lugar equivocado. No debe buscar cambios en Beijing, en La Haya o en las Islas Nansha, sino en Washington.