BEIJING, 10 abr (Xinhua) -- El plan japonés de que el Mar Meridional de China ocupe un lugar prioritario en la agenda de la reunión de ministros de Exteriores del Grupo de los Siete (G7) es un paso con el que Tokio se degrada a sí mismo al dejar en evidencia su afán por agitar las aguas. Si no se revisa, esta provocación distraerá el foco del encuentro de preocupaciones que lo merecen mucho más.
La agenda diseñada por Tokio del evento, que se celebra durante dos días desde hoy, domingo, en la ciudad japoneas de Hiroshima, es bastante deslucida.
Por una parte, el ministro de Asuntos Exteriores nipón, Fumio Kishida, se reunirá con sus seis homólogos en el marco del icónico Parque Conmemorativo de la Paz, con lo que pretende enfatizar que su país ha sido la única víctima de las bombas nucleares.
Sin embargo, la parte más significativa es que Kishida ha supuestamente coordinado el esbozo de un comunicado conjunto sobre las disputas de soberanía en el Mar Meridional de China, a pesar de que ni Japón ni el resto de los miembros del grupo son actores implicados en ellas.
Su intento quizás sea inútil. La influencia del G7 en los asuntos internacionales está en declive y, de hecho, es el Grupo de los 20 (G20) el que cada vez adquiere más relevancia. Al incluir a las economías emergentes como China, este último es más acorde con las aspiraciones comunes y el consenso de un mundo multipolar.
Teniendo en cuenta su reducida voz en el G20 y sus frustrados intentos de convertirse en un miembro permanente del Consejo Seguridad de la ONU con derecho a veto, no hay duda de que Tokio está desesperado por favorecer su posición y preocupaciones dentro del G7.
Incómodo desde hace tiempo con el ascenso de la influencia china en la región, el primer ministro japonés, Shinzo Abe, y su gobierno no han dejado escapar ninguna oportunidad de contener y hacer tropezar a China.
Tras el inusitado interés de Tokio por acusar a Beijing de militarizar el Mar Meridional de China, se esconde en realidad su plan de provocar que Occidente arremeta contra China.
Sin embargo, este plan es inoportuno, pues la propuesta china de conversaciones bidireccionales y un compromiso pacífico sobre el asunto es cada vez más aceptada por las partes involucradas. La preferencia nipona de sembrar temores y abrir brechas entre China y el resto de actores regionales no hace más que poner en entredicho su pretendido papel de promotor de la paz.
Aunque el comunicado del G7 se refiera al Mar Meridional de China, como ya hiciera una vez en el pasado, es sumamente improbable que intervenga y denuncie explícitamente a Beijing, tal y como le gustaría a Tokio. Es de esperar, más bien, que su lenguaje sea ambiguo.
Después de todo, por el bien de sus intereses nacionales, el resto de los integrantes del G7 no deberían estar interesados en ver cómo Japón secuestra la agenda ni en verse involucrados en el asunto de la soberanía de China, poniendo en riesgo su propia cooperación lucrativa y su comunicación efectiva con Beijing.
Sin duda, es justificable que los miembros del G7 hablen de cualquier asunto que les preocupe. Pero su credibilidad a largo plazo y su influencia en el escenario internacional exigen que tome en cuenta la postura de las principales fuerzas fuera del grupo, incluida China, y que interactúe de forma constructivas con ellas, a fin de que su discurso sea más representativo y factible.
En cuanto a Tokio, ha sentido durante mucho tiempo las dolorosas consecuencias de sus incesantes y tediosas provocaciones contra China, como muestran los gélidos intercambios bilaterales y su decreciente influencia en la estrategia de desarrollo regional.
Es hora, en definitiva, de que los políticos japoneses muestren clarividencia y adopten medidas prácticas para fortalecer el diálogo y la cooperación con China, si es que cuentan con algún estadista diligente entre sus filas.