China también es parte de la memoria de la II Guerra Mundial, experto español

Actualizado 2015-05-08 21:27:14 | Spanish. xinhuanet. com

Por Juan Antonio Aguilar

MADRID, 8 may (Xinhua) -- La Segunda Guerra Mundial superó a la Primera, tanto por la duración y la intensidad de los combates como por las pérdidas humanas y los recursos que se utilizaron: fueron movilizados 110 millones de hombres, el coste económico de la guerra fue cuantiosísimo y hubo más de 50 millones de muertos.

CHINA FUE EL PRIMER FRENTE DE LA II GUERRA MUNDIAL

El 18 de septiembre de 1931, marca una fecha clave y que en rigor, podríamos decir que fue el verdadero comienzo de la guerra mundial. Ese día, los japoneses realizaron lo que hoy llamaríamos una operación de Falsa Bandera: fingieron un ataque a su propio ferrocarril en el sector de Manchuria (noreste de China), culparon a los chinos, y utilizaron el incidente como pretexto para invadir toda esa región a la cual re-bautizaron Manchukuo e instalando un gobierno títere regido por el último emperador chino, Pu Yi.

A partir de entonces, el militarismo japonés extendió su imperio con una crueldad que conmocionó al mundo.

En 1937, los oficiales del ejército japonés fabricaron un nuevo falso incidente en el puente Lugou, conocido como el puente de Marco Polo y un punto de acceso crucial a Beijing, donde tenían una guarnición. Afirmaron que sus tropas habían sido atacadas por soldados chinos, y con esa excusa lanzaron una invasión a gran escala de China.

Lo que ocurrió después de eso nunca se ha olvidado ni perdonado, menos aún teniendo en cuenta que los japoneses contemporáneos son reacios a admitir sus crímenes de guerra del pasado. Este incidente convenció a los chinos de que no quedaba otra opción que hacerle frente al Japón, y se llevaría a cabo una cruenta guerra no declarada que duraría hasta 1945.

Después de haber ocupado Beijing y Shanghai, las tropas japonesas se aproximarían a la entonces capital de China, Nanjing, tomándola en diciembre de 1937. Lo que siguió a continuación fue uno de los episodios más dramáticos de la guerra, ya que las tropas niponas se entregaron a una orgía de matanzas y violaciones por seis semanas. De acuerdo al Tribunal de Guerra de Tokio, murieron unas 200.000 personas a manos de las tropas comandadas por el general Iwane Matsui.

La realidad es que aunque los ejércitos chinos jamás pudieron derrotar en una batalla decisiva a Japón hasta 1945, su resistencia mantuvo a casi 1.600.000 soldados nipones sin poderse mover de China, soldados que no pudieron ser utilizados en otros frentes, lo que desde un punto de vista militar, era una contribución decisiva en el desarrollo de la guerra en el Pacífico.

Al rendirse Japón el 9 de septiembre de 1945, China recuperó Manchuria, Taiwan y las islas Diaoyu.

EL SUFRIMIENTO DEL PUEBLO CHINO

Se calcula que los crímenes cometidos por Japón en China durante la Segunda Guerra Mundial dejaron más de 10 millones de seres humanos asesinados. Denominado por algunos autores como el Holocausto Asiático, fue el genocidio con más víctimas de la II Guerra Mundial.

Quizás el episodio del asalto a Nanjing sea el hecho paradigmático de la actitud japonesa con respecto al pueblo chino en esta guerra. Cuando en 1937 las tropas japonesas atacaron la entonces capital de China, el Príncipe Asaka Yashuhiko, tío del emperador japonés Hirohito, tomó personalmente el mando del ejército de 50.000 efectivos para irrumpir en Nanjing. Tras la toma de la ciudad, el ejército japonés, en un auténtico genocidio, asesinó a más de 200.000 civiles chinos entre ejecuciones en masa, personas quemadas y enterradas vivas, decapitaciones, violaciones, robos, incendios y otros crímenes de guerra. Se cuenta que los oficiales japoneses competían entre sí para ver quién asesinaría primero a cien chinos.

Un soldado japonés llamado Azuma escribió esta crónica: "Cuando entramos, todo ese rebaño de ovejas ignorantes y gimientes se arrastraban por el suelo como hormigas. Me sentí muy tonto al pensar que habíamos estado luchando a muerte contra estos esclavos ignorantes, algunos eran niños de 12 años de edad". Después de haber matado a los prisioneros de guerra, se volvieron contra la población civil, y los cadáveres fueron dejados a montones fuera de las murallas de la ciudad, tiñendo el río de rojo con sangre.

Un corresponsal nipón, Yukio Omata, relató: "Los que están en la primera fila fueron decapitados, y los de la segunda fila se vieron obligados a deshacerse de los cuerpos cercenados en el río antes de que ellos mismos fueron decapitados. La matanza continuó sin parar desde la mañana hasta la noche".

John Rabe, un hombre de negocios alemán y representante de la empresa Siemens en China, escribió en su diario de 1200 páginas:

"Ellos seguían violando a las mujeres y las niñas y matando a los que ofrecían resistencia, a los que intentaban huir o simplemente a los que se encontraban en el lugar equivocado. Durante sus fechorías, no se hizo ninguna diferencia entre adultos y niños. Había niñas menores de ocho años y mujeres mayores de 70 años que fueron violadas y luego, de la manera más brutal posible, golpeadas y asesinadas [...]".

Rabe se ganó el respeto y el cariño de aquellos supervivientes al organizar una zona de seguridad para proteger a la gente, que le apodaron "el Buda alemán". Sus restos reposan de forma honorable en el cementerio de los héroes en Nanjing.

Episodios parecidos al de Nanjing se sucedieron en toda las zonas de China ocupadas por los japoneses. Mayo de 1943 es otra una fecha triste para China. El Cuerpo Expedicionario Japonés masacró en tres días a 30.000 civiles chinos y los soldados violaron a miles de mujeres en Changjiao, concretamente en la provincia de Hunan.

LA UNIDAD 731: LOS EXPERIMENTOS CON SERES HUMANOS

Pocos japoneses reconocen la magnitud de las atrocidades cometidas mediante el uso de armas biológicas en la escalofriante Unidad 731, y por las cuales nadie fue castigado nunca. Bajo su égida, miles de hombres, mujeres y niños -incluidos prisioneros extranjeros- murieron en terribles experimentos diseñados para probar los límites del cuerpo humano.

El autor intelectual de estas atrocidades fue un escalofriante personaje: Shiro Ishi. Ishi, un hombre belicoso, arrogante y bebedor. La invasión de Manchuria en 1931 significó para Ishi una oportunidad única de poder experimentar sus armas biológicas, y pidió expresamente al Alto Mando del Ejército ser enviado a "Machukuo" para utilizar seres humanos como pruebas que pudieran proporcionarle conocimientos médicos que ayudarían a desarrollar armas químicas.

En algunos de los terribles experimentos, se sometía a los prisioneros a gases tóxicos como el gas mostaza, se los inoculaba con sustancias venenosas como el cianuro potásico o el fosgeno, o con gérmenes cultivados en laboratorio para analizar sus síntomas "en vivo", su capacidad letal, su dosis mínima infectante, la efectividad de las vacunas que allí se desarrollaban, y los mejores medios para transmitirlos entre la población civil, para lo cual en lugar de inyectar sus cuerpos, se los hacía comer chocolates o galletas, o beber cerveza, agua, leche, café, té y licores contaminados con bacilos de la peste, ántrax, muermo, viruela, hepatitis infecciosa, meningitis epidémica, gangrena gaseosa, tétanos, cólera, fiebre amarilla, tifus, difteria, sífilis, tuberculosis o salmonelosis entre otros, aunque ha resultado imposible catalogar totalmente la terrible cantidad de gérmenes utilizados.

Generalmente eran diseccionados cuando todavía respiraban y sin ningún tipo de anestesia, para comprobar los efectos de la infección en los diferentes órganos antes del cese de las funciones vitales. Los cirujanos se entrenaban amputando y reinsertando miembros, o experimentando por mera curiosidad, como colocar a los cobayos humanos boca abajo y dejarlos morir de hambre y sed sólo para constatar cuánto tiempo tardaban en hacerlo, colocándoles inyecciones intravenosas de aire, vivisecciones para investigar el funcionamiento de los órganos internos en vivo, extracciones de grandes cantidades de sangre cada tres o cuatro días, o instilaciones de orina de caballo en los riñones. Quienes aún seguían vivos eran sacrificados y sus cadáveres incinerados.

Sus investigaciones más macabras causaron la muerte a miles de reos. Sin embargo, estos atroces crímenes de lesa humanidad no fueron la peor ignominia, sino la absoluta impunidad que sus mentores lograron negociar al finalizar la guerra, ofreciendo al alto mando del Ejército Norteamericano la entrega de los resultados de todas sus investigaciones, lo cual significaba transferir a los EEUU el liderazgo mundial en materia de guerra bacteriológica, a cambio de una garantía de inmunidad total, la cual fue concedida expresamente por el general Dougleas MacArthur, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas en el Pacífico, y ninguno de los integrantes de la Unidad 731 se sentó frente a un tribunal, al menos por parte de los norteamericanos. Los soviéticos en cambio, sí enviaron a prisión a 12 de sus miembros, después de juzgarlos en Khabarovsk, Siberia.

EL SANTUARIO YASUKUNI

La mayoría de los responsables de las atrocidades japonesas en China están enterrados en el Santuario Yasukuni, en Tokio. El templo Yasukuni es un lugar para invocar el espíritu de los difuntos, o mejor dicho para guardar el recuerdo de la guerra.

El problema es que en Yasukuni también están los restos de los criminales de guerra, lo que debería obligar a las autoridades de Tokio a tener más sensibilidad por respeto a las naciones que sufrieron las acciones de algunos de los responsables que allí se veneran.

El anterior Secretario General de las Naciones Unidas Kofi Annan ya advirtió al entonces primer ministro japonés Koizumi que el Japón debería tratar la historia "con la mayor sinceridad".

En realidad, EEUU debería asumir parte de la responsabilidad por la tendenciosa interpretación histórica que sobre la Guerra Mundial en Asia se tiene en el Japón. Tras el término de la Segunda Guerra Mundial, bajo la sombra de la Guerra Fría, EEUU impulsó al Japón convirtiéndolo en freno para los adversarios geopolíticos en su estrategia global.

Por su parte, el Japón aprovechó el apoyo estadounidense para un rápido resurgimiento y evitar el enjuiciamiento por sus responsabilidades en el desencadenamiento de la guerra. Actualmente, el Japón todavía constituye el principal aliado de EEUU en Asia.

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