Sus habitantes tienen que aguantar vientos fuertes, un frío penetrante y niveles de oxígeno reducidos. La mayoría muere sin llegar a la vejez.
"Los vientos son tan fuertes que pueden derribar los postes de telefonía e incluso desprender el portal de nuestra estación policial", cuenta Chen Kemin, instructor político de la comisaría de policía de Pumaqangtang.
"En una ocasión, sufrimos un apagón que duró toda una semana", narra.
Con una temperatura media anual de 7 grados centígrados bajo cero (19,4 F), las lavadoras sólo funcionan si se han llenado con agua caliente con al menos media hora de anticipación. En las noches, la gente tiene que cubrirse con por lo menos dos edredones, aún en pleno verano.
La falta del oxígeno es el reto más duro. Los labios de la gente se tornan azules porque la cantidad del oxígeno en el aire es aproximadamente el 40 por ciento de la del nivel del mar.
"La combustión consume el ya escaso oxígeno, por eso preferimos cubrirnos con más cobijas para calentarnos en las noches que encender una estufa en la habitación", dice Zhu Xing, un soldado de la zona para proteger la frontera.
"Incluso estando sentado y quieto, siento que me falta el aire", agrega.
La altitud elevada puede hacer que cualquier mal menor se convierta en una grave amenaza para la salud.
