BEIJING, 27 dic (Xinhua) -- El primer ministro japonés, Shinzo Abe, se ha embarcado recientemente en una vorágine diplomática, aunque su intransigente falta de sinceridad implica que sus maniobras geopolíticas no tienen más efecto que el de dar latigazos a un caballo muerto.
Abe se encuentra ahora mismo en el estado estadounidense de Hawái, en lo que Tokio llama una "visita de reconciliación". Tiene previsto visitar la base naval de Pearl Harbor, sobre la que el Ejército japonés lanzó un ataque sorpresa que mató a más de 2.000 norteamericanos y empujó a Estados Unidos a la II Guerra Mundial.
Antes del viaje, Tokio había subrayado que el propósito de la visita es "presentar respetos por los muertos en la guerra y no ofrecer una disculpa". Ello ha propiciado un generalizado y profundo cuestionamiento de la sinceridad de Abe.
Es evidente que el primer ministro japonés fue a Estados Unidos para impulsar su alianza bilateral, en especial en un momento en el que Washington va a tener un nuevo líder que ha prometido dejar de pagar las aventuras de sus aliados en todo el mundo.
Preocupado por el futuro de la entente, Abe se apresuró a convertirse en el primer líder extranjero en reunirse con Donald Trump, después de que el magnate neoyorquino ganase las elecciones presidenciales.
Con todo, el anuncio de Trump de echar abajo el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, siglas en inglés), un pacto comercial que Tokio ya ha ratificado, supuso un duro golpe para el líder japonés.
Durante la mayoría de los años de Barack Obama, Tokio, bajo la tutela del "giro hacia Asia" de Washington, ha buscado reforzar su poder militar y la capacidad del país para proyectar su influencia en ultramar. Un paso clave en la materialización de este objetivo es la revisión de su Constitución pacifista, el instrumento fundamental para mantener los elementos militaristas de Japón sometidos durante las décadas posteriores a la guerra.
Restringir la creciente influencia de China en esta región también ha sido uno de los objetivos estratégicos de Japón.
Además de describir a China como una amenaza para la seguridad regional y entrometerse en las disputas marítimas que tiene Beijing con algunos de los países de la zona, los recientes esfuerzos de Abe por reforzar las relaciones entre Japón y Rusia también reflejan, de manera clara, las intenciones de Tokio de contrarrestar el ascenso de su vecino.
Sin embargo, la apuesta de Abe de poner a Rusia en contra de China puede tener un camino corto. Mientras se esforzaba por cortejar a Moscú durante la reciente visita del presidente ruso, Vladimir Putin, a Japón, Tokio seguía, y sigue, detrás de Washington y mantiene sanciones económicas contra Rusia. En estas circunstancias, no le sería difícil al Kremlin elegir con quién posicionarse.
Primero, Rusia, y luego, Estados Unidos, parece que el premier japonés confía en su capacidad de manipular a las potencias del mundo en favor de sus propios propósitos.
No obstante, Tokio tiene que ser consciente de que la paz y la prosperidad a nivel regional e internacional dependerán de su compromiso con el orden de posguerra, así como de su sincera disculpa por los crímenes de guerra cometidos.
Un Japón que no pide perdón sólo convertirá la política exterior de Abe en una diplomacia de fantasías.