ESPECIAL: Mujer de la China rural triunfa con taller de bordado que emplea a cientos de madres retornadas de la emigración

Spanish.xinhuanet.com   2017-03-07 10:10:19

GUIYANG, 7 mar (Xinhua) -- La época de floración de las plantas de colza en los agrestes campos del suroeste de China coincide con una despedida: la de los jóvenes padres y madres que abandonan el hogar natal en busca de trabajo dejando atrás a sus hijos, que quedan a cargo de los abuelos.

Durante las últimas décadas, la primavera ha traído la esperanza a los habitantes del pueblo de Dazhai, acompañada de una ineludible sensación de pena por la separación.

La localidad, situado en el distrito de Bijie de la provincia de Guizhou, da techo a más de 2.200 personas, la mayoría de la etnia miao, para quienes la forma más usual de escapar de la pobreza es encontrar empleo en tierras ajenas.

Cai Qun, una madre de 36 años, participó muchas veces en este éxodo hasta que destacó como artista del bordado creativo y se convirtió en empresaria de éxito. Ahora es una de los más de 2.800 representantes de la XII Asamblea Popular Nacional actualmente reunidos en Beijing para participar en el encuentro político más importante del año.

Cai espera avivar la atención de la Asamblea y del público ante la situación de los "niños dejados atrás".

"Los niños necesitan a sus madres. Debemos evitar que se vayan y traerlas de vuelta", dijo.

Cai nación en Bijie, una localidad empobrecida que ha sido testigo de los daños brutales que provocan la pobreza y la ausencia de los padres.

En 2012, cinco niños de la calle murieron intoxicados por monóxido de carbono al encender carbón para calentarse en un basurero junto a una carretera. En 2015, cuatro niños dejados atrás de entre 5 y 13 años de la misma familia murieron en casa por beber pesticida.

Hay 260.000 niños dejados atrás en Bijie, mientras que a escala nacional se calcula que más de 60 millones de menores de las áreas rurales viven a cargo de familiares distintos de sus padres, generalmente los abuelos. Estos niños son víctimas fáciles de homicidio, trata y suicidio.

"Espero que haya más incentivos, como préstamos a las pequeños empresas para que puedan ofrecer empleo a las madres en sus pueblos de origen", sugiere Cai. "Cuando las madres no tengan que marcharse, habrá menos niños abandonados".

DE REBUSCAR EN LA BASURA A REDACTAR LEYES

Cai pasó la mayor parte de su infancia escapando del hambre, la misma razón por la que se fue de su tierra natal. Su madre, que ahora tiene 87 años, dio luz a 13 hijos, de los cuales sobrevivieron seis, cinco mujeres y un hombre. Cai es la más joven.

Sus padres cultivaban maíz y batata en una pequeña parcela. "No teníamos un arrozal, por lo que era difícil darnos de comer. Mi madre siempre tenía que pedir prestada comida de los vecinos", cuenta.

A los 12 años, Cai se marchó con a sus hermanas a la capital provincial de Guiyang para ganarse la vida rebuscando entre la basura.

"Recogíamos alimentos, pasteles y vegetales para comer y botellas de plástico para vender. Lo que más feliz me hacía era encontrar una botella de Maotai (una marca de lujo de licor de cereales), porque podía venderla por cinco yuanes con los que pagar una comida decente", rememora.

Al igual que la mayoría de las mujeres de su pueblo, Cai se casó a una edad temprana. Tuvo a su hija, Yang Linfeng, con solo 16 años.

"Mi hermana mayor cuidaba de Linfeng cuando yo no estaba. Para mi hija fue más una madre de lo que lo fui yo, que era como un familiar que aparecía una vez al año", recuerda.

Mientras Linfeng crecía, Cai y su esposo, Yang Zeyou, buscaban trabajo en los centros de comercio y manufactura de Yiwu y Shenzhen, donde abundan las fábricas de calzado, mochilas, ropa y aparatos electrónicos.

"Me preocupaba más cuando Linfeng enfermaba. Una vez que tuvo una fiebre fuerte y problemas para respirar, mi hermana le preparó un corazón de cerdo con cinabrio para tratarla, pero tardó mucho en recuperarse. Yo tenía muchas ganas de regresar a casa pero la fábrica no permitía que nadie se fuera del puesto. Aquello me dolió como una aguja punzante en el corazón", recuerda.

Cai trataba de compensar su ausencia bordando a mano vestidos para su hija, en los que incluía patrones que simbolizan la buena fortuna, tantos como podía.

Hoy Linfeng tiene 20 años, es enfermera y se casó en enero con un vestido cosido a mano por su madre.

Casi todas las mujeres del pueblo saben bordar, pero Cai es probablemente la más talentosa y hábil. Para trabajar no necesita reglas ni guías, lo hace todo de memoria

En 2007, Cai participó en una competición provincial de arte folclórico y ganó un premio por una pintura de cera.

Aquello le abrió los ojos. "Mi esposo y yo decidimos establecer un taller de artesanía en el pueblo", narra.

Cai transformó su casa en una fábrica y registró una compañía a su nombre. En 2013, fue elegida representante del máximo órgano legislativo nacional por sus esfuerzos por preservar la artesanía étnica y crear empleos para las mujeres.

LAS MADRES DEBEN QUEDARSE

Los bordados de Cai son muy populares en una cueva kárstica a unos dos kilómetros de casa que atrae a muchos turistas. El año pasado, el negocio obtuvo ventas por valor de 8 millones de yuanes (unos 1,15 millones de dólares).

Hoy da trabajo a unas 300 mujeres, la mitad antiguas trabajadoras migrantes. "Las mujeres de más edad tienen mejor técnica, pero cada vez convenzo a más jóvenes de que vengan a trabajar para mí", dice. Cuando hay muchos pedidos, las empleadas van al taller, pero también pueden trabajar desde casa.

"En nuestra ciudad hay muchas mujeres con más de un hijo y cuando se van, se ve a los hermanos mayores llevándose a los pequeños a correr por el campo sin nadie que los vigile. No deberían tener infancias así, sin madre", lamenta.

Una empleada del taller se ata el bebé a la espalda y se pone a dibujar en el papel con cera. "La pintura con témperas y el bordado se hacen sobre todo con las manos. Llevar un bebé a la espalda no supone apenas nada para una miao", asegura Cai.

Yang Zhongmei, una madre de 29 años, entró en el taller en 2015, tras haber pasado por una fábrica de componentes electrónicos en Shenzhen. Gana al mes unos 3.000 yuanes (unos 434 dólares), unos cientos menos que antes.

"Mi hijo mayor está en tercer curso y la pequeña en la guardería. El niño es el que más se alegra de tenerme de vuelta", cuenta.

Cai evoca el pasado. "Cuando era joven, mi madre se sentaba para descansar al llegar a casa tras un día cosiendo a la luz de las velas y se ponía a cantarme. Es una estampa difícil de olvidar. Ojalá el bordado pueda cambiar la vida de muchas miao como lo hizo con la mía".

  
FOTOS  >>
VIDEO  >>
  TEMAS ESPECIALES  >>
El Año Nuevo Chino 2017: Año del Gallo
XI JINPING VISITA SUIZA
Xinhuanet

ESPECIAL: Mujer de la China rural triunfa con taller de bordado que emplea a cientos de madres retornadas de la emigración

Spanish.xinhuanet.com 2017-03-07 10:10:19

GUIYANG, 7 mar (Xinhua) -- La época de floración de las plantas de colza en los agrestes campos del suroeste de China coincide con una despedida: la de los jóvenes padres y madres que abandonan el hogar natal en busca de trabajo dejando atrás a sus hijos, que quedan a cargo de los abuelos.

Durante las últimas décadas, la primavera ha traído la esperanza a los habitantes del pueblo de Dazhai, acompañada de una ineludible sensación de pena por la separación.

La localidad, situado en el distrito de Bijie de la provincia de Guizhou, da techo a más de 2.200 personas, la mayoría de la etnia miao, para quienes la forma más usual de escapar de la pobreza es encontrar empleo en tierras ajenas.

Cai Qun, una madre de 36 años, participó muchas veces en este éxodo hasta que destacó como artista del bordado creativo y se convirtió en empresaria de éxito. Ahora es una de los más de 2.800 representantes de la XII Asamblea Popular Nacional actualmente reunidos en Beijing para participar en el encuentro político más importante del año.

Cai espera avivar la atención de la Asamblea y del público ante la situación de los "niños dejados atrás".

"Los niños necesitan a sus madres. Debemos evitar que se vayan y traerlas de vuelta", dijo.

Cai nación en Bijie, una localidad empobrecida que ha sido testigo de los daños brutales que provocan la pobreza y la ausencia de los padres.

En 2012, cinco niños de la calle murieron intoxicados por monóxido de carbono al encender carbón para calentarse en un basurero junto a una carretera. En 2015, cuatro niños dejados atrás de entre 5 y 13 años de la misma familia murieron en casa por beber pesticida.

Hay 260.000 niños dejados atrás en Bijie, mientras que a escala nacional se calcula que más de 60 millones de menores de las áreas rurales viven a cargo de familiares distintos de sus padres, generalmente los abuelos. Estos niños son víctimas fáciles de homicidio, trata y suicidio.

"Espero que haya más incentivos, como préstamos a las pequeños empresas para que puedan ofrecer empleo a las madres en sus pueblos de origen", sugiere Cai. "Cuando las madres no tengan que marcharse, habrá menos niños abandonados".

DE REBUSCAR EN LA BASURA A REDACTAR LEYES

Cai pasó la mayor parte de su infancia escapando del hambre, la misma razón por la que se fue de su tierra natal. Su madre, que ahora tiene 87 años, dio luz a 13 hijos, de los cuales sobrevivieron seis, cinco mujeres y un hombre. Cai es la más joven.

Sus padres cultivaban maíz y batata en una pequeña parcela. "No teníamos un arrozal, por lo que era difícil darnos de comer. Mi madre siempre tenía que pedir prestada comida de los vecinos", cuenta.

A los 12 años, Cai se marchó con a sus hermanas a la capital provincial de Guiyang para ganarse la vida rebuscando entre la basura.

"Recogíamos alimentos, pasteles y vegetales para comer y botellas de plástico para vender. Lo que más feliz me hacía era encontrar una botella de Maotai (una marca de lujo de licor de cereales), porque podía venderla por cinco yuanes con los que pagar una comida decente", rememora.

Al igual que la mayoría de las mujeres de su pueblo, Cai se casó a una edad temprana. Tuvo a su hija, Yang Linfeng, con solo 16 años.

"Mi hermana mayor cuidaba de Linfeng cuando yo no estaba. Para mi hija fue más una madre de lo que lo fui yo, que era como un familiar que aparecía una vez al año", recuerda.

Mientras Linfeng crecía, Cai y su esposo, Yang Zeyou, buscaban trabajo en los centros de comercio y manufactura de Yiwu y Shenzhen, donde abundan las fábricas de calzado, mochilas, ropa y aparatos electrónicos.

"Me preocupaba más cuando Linfeng enfermaba. Una vez que tuvo una fiebre fuerte y problemas para respirar, mi hermana le preparó un corazón de cerdo con cinabrio para tratarla, pero tardó mucho en recuperarse. Yo tenía muchas ganas de regresar a casa pero la fábrica no permitía que nadie se fuera del puesto. Aquello me dolió como una aguja punzante en el corazón", recuerda.

Cai trataba de compensar su ausencia bordando a mano vestidos para su hija, en los que incluía patrones que simbolizan la buena fortuna, tantos como podía.

Hoy Linfeng tiene 20 años, es enfermera y se casó en enero con un vestido cosido a mano por su madre.

Casi todas las mujeres del pueblo saben bordar, pero Cai es probablemente la más talentosa y hábil. Para trabajar no necesita reglas ni guías, lo hace todo de memoria

En 2007, Cai participó en una competición provincial de arte folclórico y ganó un premio por una pintura de cera.

Aquello le abrió los ojos. "Mi esposo y yo decidimos establecer un taller de artesanía en el pueblo", narra.

Cai transformó su casa en una fábrica y registró una compañía a su nombre. En 2013, fue elegida representante del máximo órgano legislativo nacional por sus esfuerzos por preservar la artesanía étnica y crear empleos para las mujeres.

LAS MADRES DEBEN QUEDARSE

Los bordados de Cai son muy populares en una cueva kárstica a unos dos kilómetros de casa que atrae a muchos turistas. El año pasado, el negocio obtuvo ventas por valor de 8 millones de yuanes (unos 1,15 millones de dólares).

Hoy da trabajo a unas 300 mujeres, la mitad antiguas trabajadoras migrantes. "Las mujeres de más edad tienen mejor técnica, pero cada vez convenzo a más jóvenes de que vengan a trabajar para mí", dice. Cuando hay muchos pedidos, las empleadas van al taller, pero también pueden trabajar desde casa.

"En nuestra ciudad hay muchas mujeres con más de un hijo y cuando se van, se ve a los hermanos mayores llevándose a los pequeños a correr por el campo sin nadie que los vigile. No deberían tener infancias así, sin madre", lamenta.

Una empleada del taller se ata el bebé a la espalda y se pone a dibujar en el papel con cera. "La pintura con témperas y el bordado se hacen sobre todo con las manos. Llevar un bebé a la espalda no supone apenas nada para una miao", asegura Cai.

Yang Zhongmei, una madre de 29 años, entró en el taller en 2015, tras haber pasado por una fábrica de componentes electrónicos en Shenzhen. Gana al mes unos 3.000 yuanes (unos 434 dólares), unos cientos menos que antes.

"Mi hijo mayor está en tercer curso y la pequeña en la guardería. El niño es el que más se alegra de tenerme de vuelta", cuenta.

Cai evoca el pasado. "Cuando era joven, mi madre se sentaba para descansar al llegar a casa tras un día cosiendo a la luz de las velas y se ponía a cantarme. Es una estampa difícil de olvidar. Ojalá el bordado pueda cambiar la vida de muchas miao como lo hizo con la mía".

010020070760000000000000011100001361086121