Por Liu Chang
VIENTIANE, 8 sep (Xinhua) -- Aprovechando que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, asiste este jueves en la capital de Laos, Vientiane, a su última Cumbre de Asia Oriental, es hora de que Washington haga un serio examen de conciencia sobre la política del pivote hacia Asia, que ha sido distintiva de la administración saliente.
A diferencia de muchos de sus predecesores, inclinados a aventurarse en Oriente Medio, Obama se etiquetó a sí mismo como el primer presidente estadounidense del Pacífico, y ha optado por reforzar y ampliar la presencia de su país en Asia.
No obstante, durante los últimos años se ha demostrado en repetidas ocasiones que esta estrategia global, posteriormente denominada como el reequilibrio de EEUU hacia Asia-Pacífico, es solo un esquema de mente estrecha, orquestado para mantener la hegemonía de su país y que ha resultado corrosivo para la paz y la estabilidad de la región.
Es un secreto a voces que China, un enorme país con un constante incremento de su poderío nacional y su influencia internacional, es la diana de esta estrategia.
La administración Obama nunca lo ha reconocido, pero está tratando de desplegar un avanzado sistema de defensa antimisiles en Corea del Sur que excede con mucho las necesidades de seguridad de Seúl, y su mano está detrás de la farsa del arbitraje sobre el Mar Meridional de China, protagonizada por el anterior Gobierno filipino.
Aunque algunas naciones de la región han sido engatusadas en algún momento, la mayoría son clarividentes. En una reunión en julio en Vientiane tras la payasada del arbitraje, los ministros de Exteriores del Sudeste Asiático rechazaron las provocaciones contra China y reclamaron la resolución de las disputas marítimas a través de negociaciones.
El autogobierno de la mayoría de países asiáticos es solo parte de la razón por la que está perdiendo fuerza el hechizo de Washington. Además está su creciente dificultad para hacer encajar todas las piezas y resolver el rompecabezas.
Por un lado, el pilar económico de esta política, el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, siglas en inglés), se está resquebrajando. La administración Obama se irá en menos de cinco meses y Hillary Clinton y Donald Trump, los candidatos a la Casa Blanca de los dos grandes partidos, están unidos en su rechazo al acuerdo, pese a que mantienen una lucha encarnizada.
Incluso aunque el pacto comercial fuese aprobado y puesto en marcha, su potencial estaría en duda, dado que la mayor potencia comercial del mundo y el socio comercial más importante de muchos de los países de toda la región, China, está ausente del acuerdo impulsado por EEUU.
Por otra parte, el pilar militar sigue siendo un plan. El Pentágono anunció en su día que trasladaría el 60 por ciento de los activos de la Fuerza Aérea y de la Marina a Asia-Pacífico. Al margen de intenciones, los recortes presupuestarios generales y los conflictos irresueltos en Oriente Medio han empatanado y paralizado este pilar.
Una doctrina de este tipo, basa en la hegemonía sobre Asia, está sentenciada. Es incompatible con las características definitorias del mundo actual, en concreto la paz, el desarrollo y la cooperación; pone en riesgo las brillantes perspectivas de la región; y dañará los intereses de Estados Unidos a largo plazo.
EEUU es un importante actor y parte interesada en Asia-Pacífico, pero la región pertenece a todos los que la habitan, y Beijing tiene todo el derecho a defender que Washington debería jugar un papel constructivo en ella.
Si de verdad quiere un Asia-Pacífico pacífico y próspero, es hora de que Estados Unidos se presente con un nuevo manual de estrategia, y con un epitafio para la política del pivote hacia la región.