BEIJING, 8 jun (Xinhua) -- Japón está recibiendo el fruto amargo de lo que el gobierno ha sembrado en su relación con Estados Unidos, como lo demuestra el creciente enfado popular por las malas conductas de miembros del personal de las fuerzas estadounidenses estacionadas en la isla de Okinawa.
Después que un miembro del personal de las fuerzas estadounidenses fuese arrestado el mes pasado por su vinculación con la muerte de una joven japonesa, el resentimiento local contra los militares norteamericanos se ha avivado nuevamente luego que una militar estadounidense que conducía bajo los efectos del alcohol causara heridas a dos personas en un accidente de tráfico, una de ellas de gravedad.
Además, este último incidente ocurrió en un mes de duelo del 27 de mayo al 24 de junio anunciado por las fuerzas norteamericanas estacionadas en el país asiático, prohibiendo a su personal beber y permanecer fuera de la base durante la noche, entre otras medidas de intensificación de la disciplina.
La policía arrestó a Aimee Mejía, de 21 años de edad, destinada en la base Kadena de Okinawa, después de conducir en sentido contrario por una autopista y chocar de frente contra dos vehículos. El nivel de alcohol en sangre de la joven habría superado seis veces el máximo permitido por las leyes niponas.
El incidente llevó a la Marina de EEUU a prohibir la ingestión de bebidas alcohólicas y restringir las actividades fuera de las bases de su personal en Japón.
Los delitos y las malas conductas de miembros del personal militar estadounidense en Japón, especialmente en Okinawa, donde se localizan tres cuartas partes de las bases estadounidenses en el país, han sido citados desde hace mucho tiempo entre las razones para que Japón elimine la presencia militar de EEUU, a la vez que se convierte cada vez más en un factor sensible y significativo en las relaciones bilaterales.
El primer ministro japonés, Shinzo Abe, expresó su pesar por el más reciente incidente, un día después que el ministro de Relaciones Exteriores, Fumio Kishida, presentará una protesta ante la embajadora estadounidense Caroline Kennedy, quien prometió total asistencia en las investigaciones relacionadas.
Sin embargo, en relación a los dos incidentes, los analistas creen que la pesarosa suavidad en la respuesta estadounidense a las protestas del lado japonés es solo parte de un doble juego con Tokio, a fin de sofocar lo antes posible la ira ciudadana para evitar dañar la alianza Japón-EEUU.
Con esta alianza, Tokio busca de Washington garantías de seguridad y respaldo para la normalización de Japón como potencia militar, al tiempo que Washington intenta convertir a Japón en una base avanzada en su pretendido control sobre la región de Asia-Pacífico, además de hacer de él un colaborador en su estrategia de "reequilibrio en Asia-Pacífico".
Sin embargo, esta supuesta humildad por parte estadounidense no puede encubrir su largamente enraizado dominio en la alianza, otorgado por el Acuerdo sobre el Estatus de las Fuerzas Japón-EEUU, que entró en vigor en 1960.
Las fuerzas de Estados Unidos disfrutan de más privilegios en materia de justicia en Japón que otros países derrotados con los que los norteamericanos tienen acuerdos similares, como Alemania o Irak.
Los analistas consideran la inferioridad de Japón en su alianza con Estados Unidos como resultado de su propia elección estratégica, que lo convirtió en un subordinado que no se merece una asociación equitativa, además de en una mera "herramienta" a ojos de Estados Unidos. Esto puede explicar la práctica estadounidense de, por un lado, consentir la errónea concepción de la historia de Japón y, por el otro, preocuparse poco por los daños que le han infligido a su socio.