
Por Carlos Ominami
La guerra comercial desatada por la Administración estadounidense tiene efectos directos y focalizados, pero también consecuencias indirectas y de carácter general. Todavía es muy pronto para diagnosticar en toda su magnitud el impacto que tendrán los nuevos aranceles impuestos, por ejemplo, a Canadá, la Unión Europea, Japón, la República de Corea, la India o Brasil, pero es evidente que sus efectos serán negativos y pueden producir importantes desviaciones de comercio.
El mayor daño radica en la incertidumbre que producen decisiones que violan los acuerdos internacionales. Con estas prácticas, la Administración Trump socava de manera profunda el sistema internacional de comercio, que ya enfrentaba una crisis grave producto de la paralización de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Ahora bien, la guerra comercial es solo un episodio dentro de una crisis mayor. El mundo enfrenta múltiples y muy diversos desafíos de gran profundidad. En este sentido, no es una exageración afirmar que más que una época de cambios estamos en presencia de un cambio de época: pobreza, desigualdad, cambio climático, el auge de los mercados ilegales y la reactivación de la carrera nuclear figuran entre las principales amenazas. Ningún país o bloque de países podrá enfrentarlas y superarlas en solitario. Se requiere un orden internacional que disponga de capacidades e instrumentos eficaces para responder a estos retos. En gran medida, la crisis del mundo actual es también una crisis del orden internacional y de la imposibilidad de asegurar una gobernanza global progresiva.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la constitución de un nuevo orden se planteó como una necesidad prioritaria. La cuestión central era la superación de la devastación causada por la guerra y, sobre todo, la generación de una nueva institucionalidad que evitara a futuro la repetición de amenazas como las que representó el nacionalsocialismo. En 1945, en San Francisco se creó la Organización de las Naciones Unidas, que sustituyó a la Sociedad de las Naciones, que no había sido capaz de evitar la guerra.
Ese orden internacional, bajo la ostensible hegemonía estadounidense, reconocía la existencia de una segunda potencia, la Unión Soviética, que era parte fundamental de la alianza que había logrado derrotar a Hitler. Poco después, ambas potencias quedaron enfrentadas en una guerra fría que culminó con la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética.
La gravedad de la situación actual proviene de la crisis terminal que vive hoy el orden internacional surgido tras la Segunda Guerra Mundial. No se trata de una ruptura repentina, sino más bien de un largo proceso que se extiende por varias décadas. Ya a mediados de los años setenta comenzaron a evidenciarse las dificultades de ese orden internacional para garantizar una gobernanza capaz de impulsar un desarrollo mínimamente equitativo entre las distintas regiones del mundo.
Fue justamente en esos años en que adquirió una gran relevancia la discusión sobre la necesidad de un nuevo orden internacional. No obstante, pese a las diversas manifestaciones a favor y las resoluciones de Naciones Unidas sobre la necesidad de un Nuevo Orden Económico Internacional, poco o nada se logró avanzar. Las relaciones entre el Norte y el Sur continuaron exhibiendo una gran asimetría, condenando a una parte mayoritaria de la humanidad a vivir en condiciones de pobreza y subdesarrollo.
Lo que entonces se denominó el Tercer Mundo se caracterizó por el surgimiento de importantes movimientos de descolonización y experiencias revolucionarias, como las que protagonizó Cuba en América Latina y que suscitaron una gran atención mundial. Sin embargo, el orden internacional permaneció dominado por las potencias occidentales encabezadas por Estados Unidos.
Hoy, el gran cambio de las últimas décadas es la emergencia colectiva del Sur Global. Con China como parte del Sur Global, se ha configurado una nueva correlación de fuerzas. Este conjunto de economías emergentes y países en desarrollo representa ya más del 40 por ciento del PIB mundial y está transformando de manera profunda el panorama político, económico y cultural global. El Sur Global se perfila como una fuerza decisiva en la redefinición del orden internacional.
En la medida en que sea capaz de concertar voluntades en torno a un propósito común, el Sur Global se puede convertir en un actor gravitante en la escena global. Avances importantes en esta dirección han sido la creación a su interior de nuevos espacios de coordinación, como el grupo de los BRICS.
La tentativa de la Administración estadounidense de remplazar el orden internacional basado en reglas por uno basado en la fuerza y las decisiones unilaterales está condenada al fracaso. El mundo no se puede organizar a partir de las definiciones que ponen por delante el interés estadounidense sobre cualquier consideración relativa al bien común de la humanidad. Si el Sur Global consigue articularse en torno a los principios básicos del derecho internacional y a la defensa del multilateralismo, podrá alcanzar lo que no logró el antiguo Tercer Mundo: la construcción de un orden internacional más justo y equilibrado.
(Carlos Ominami es un economista chileno y director de la Fundación Chile 21. Exministro de Economía de 1990 a 1992 y senador de la República entre 1994 y 2010)
(Las opiniones expresadas en este artículo son del autor y no necesariamente reflejan la postura de la Agencia de Noticias Xinhua)