Por Marcos Cordeiro Pires
En términos generales, el conocimiento público sobre el principio de una sola China es bastante superficial. La mayoría de las noticias que tratan este tema están marcadas por falsas suposiciones y muchos prejuicios, como si se tratara de una disputa entre un país poderoso contra una isla débil e indefensa. También plantean el problema como si la parte continental de China y Taiwan fueran cosas diferentes y no parte de la misma cultura y nación. Finalmente, desestiman la historia y la complejidad del tema.
La isla de Taiwan forma parte de la civilización china desde hace miles de años. Cuando la dinastía Qing (1644-1911) estaba muy debilitada, varios países aprovecharon esta condición, como el Reino Unido, que se anexionó Hong Kong y estableció zonas de influencia en las principales ciudades chinas.
En 1895, el Imperio de Japón, tras derrotar al Gobierno Qing e imponer el Tratado de Shimonoseki, se anexionó Taiwan y las islas Penghu.
A raíz del fin de la Segunda Guerra Mundial, el territorio de Taiwan y otras regiones ocupadas fueron devueltas a China. Sin embargo, al ser derrotadas en la guerra civil china, las fuerzas del partido Kuomintang (KMT) encabezadas por Chiang Kai-shek huyeron a la isla en 1949.
En plena Guerra Fría, Estados Unidos y sus aliados en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas impidieron que el Gobierno de la República Popular China, el único Gobierno legítimo que representa a toda China, ostentara el puesto de China en la ONU, siendo asumido por las autoridades de la región de Taiwan.
No obstante, la resolución 2758 de la Asamblea General de la ONU, del 25 de octubre de 1971, reemplazó a Taiwan por la República Popular China en todas las instancias y órganos de la entidad. Desde entonces, un fuerte movimiento comenzó a adherirse al principio de una sola China y al establecimiento de relaciones diplomáticas con Beijing.
Brasil estableció relaciones diplomáticas con China en 1974. El Gobierno de EE. UU. en 1979, con Jimmy Carter, reconoció el principio de una sola China y la autoridad de Beijing para representar al pueblo chino en organizaciones internacionales.
En 1992, representantes de la parte continental de China y Taiwan alcanzaron el posteriormente conocido como "Consenso de 1992", mediante el cual ambas partes reconocieron el principio de una sola China.
En la actualidad, son solo 13 los países que no tienen relaciones diplomáticas con la República Popular China.
Y Paraguay es la única nación sudamericana que mantiene "lazos diplomáticos" con Taiwan.
Durante los últimos años, varios países de Centroamérica y el Caribe han establecido relaciones con Beijing, como Costa Rica, Panamá, República Dominicana, El Salvador, Nicaragua y Honduras. Pero este movimiento provocó una reacción entre los sectores más conservadores del Congreso de Estados Unidos.
La Ley de Iniciativa de Protección y Mejora Internacional de los Aliados de Taiwan de 2019 tuvo como objetivo presionar a los pocos países que mantienen "relaciones diplomáticas" con la isla para que no cambien el statu quo, además de apoyar el ingreso de Taiwan en organizaciones internacionales, donde la condición de ser un Estado soberano no fuera requisito indispensable y de las cuales formara parte también EE. UU.
Desde entonces, Washington ha incrementado la presión contra Beijing en varios frentes, pero especialmente en relación con Taiwan y el principio de una sola China. Esto fue a más tras el ascenso al poder del Partido Progresista Democrático (PPD) en 2016, cuya jefa Tsai Ing-wen abandonó el Consenso de 1992.
Entre las presiones podemos enumerar el aumento en la venta de armas modernas a Taiwan, la fabricación de narrativas de que Beijing estaría a punto de "invadir" la isla, la visita de altas autoridades estadounidenses a la isla, como la de la entonces titular de la Cámara de Representantes de EE. UU. Nancy Pelosi en 2022, o las visitas de taiwaneses a políticos en territorio estadounidense.
En la práctica, las actuales autoridades del PPD de Taiwan se han prestado a ser un peón de Washington en medio de una guerra comercial y tecnológica iniciada por la Administración Trump. Joe Biden profundizó esta tendencia y la política anti-China se convirtió en un consenso bipartidista en EE. UU. que está dañando las relaciones bilaterales y el contexto internacional.
El episodio más reciente en el intento del PPD de enfrentamiento con China es el viaje a Paraguay del líder adjunto de la región de Taiwan Lai Ching-te y el "tránsito" entremedias, por Nueva York y San Francisco, para interactuar directamente con EE. UU.
Lai es candidato a líder de la región de Taiwan y busca reforzar su liderazgo interno y externo de cara a la próxima disputa electoral.
Este último viaje internacional forma parte de una nueva provocación contra la República Popular China. Tras el estallido de la crisis de Ucrania, el Gobierno de EE. UU. ha estado creando una narrativa falsa de que Beijing invadirá la isla. Aumentar la tensión en el estrecho de Taiwan beneficia a los halcones de la élite política del país norteamericano, que presionan al Congreso para obtener más dinero con el objetivo de seguir financiando la maquinaria de guerra.
El complejo militar-industrial es el grupo de presión más grande que existe en EE. UU. No solamente financia a candidatos de los principales partidos políticos, sino que también patrocina una extensa red de laboratorios de ideas que producen estudios para sustentar sus narrativas. Pero el lucro de este sector opera contra el interés de la población del país, como advirtió el expresidente estadounidense Dwight Eisenhower, poco antes de abandonar el Gobierno en 1961.
En conclusión, la población mundial no está interesada en provocar ningún gran conflicto, ya sea en Europa o Asia. La paz es una condición necesaria para el desarrollo y la prosperidad de los países. Vale la pena recordar que los países del sudeste y este asiáticos han logrado avances impresionantes en los últimos 40 años, precisamente cuando la región se estabilizó tras décadas de conflictos relacionados con sus luchas por la liberación nacional.
Esta región es ahora la más dinámica del mundo, con un crecimiento del ingreso per cápita sin precedentes, exitosa en la lucha contra el hambre e integrada en la economía mundial. Los resultados positivos de este auge económico en Asia se reflejan en todos los continentes, particularmente en América Latina. Por eso, el pueblo brasileño tiene interés en mantener la estabilidad y la paz en el estrecho de Taiwan.
Solo los chinos pueden resolver pacíficamente sus diferencias y reanudar el diálogo en torno al Consenso de 1992 y la reunificación nacional.
(Marcos Cordeiro Pires es profesor de Economía Política Internacional de la Universidad Estatal Paulista, Brasil)
(Las opiniones expresadas en este artículo son del autor y no necesariamente reflejan la postura de la Agencia de Noticias Xinhua)