OPINIÓN DE INVITADO: Cumbre del G7, felpudo para maquillar la hipocresía y egoísmo de EE. UU. | Spanish.xinhuanet.com

OPINIÓN DE INVITADO: Cumbre del G7, felpudo para maquillar la hipocresía y egoísmo de EE. UU.

spanish.news.cn| 2023-05-28 23:53:00|
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Por Luis Antonio Paulino

SAO PAULO, 28 may (Xinhua) -- "Así como se dice que la hipocresía es el mayor elogio de la virtud, el arte de mentir es el más fuerte reconocimiento de la fuerza de la verdad". Aunque esta frase del escritor inglés William Hazlitt tiene más de 200 años, describe perfectamente el comportamiento de Estados Unidos en la reunión del G7, convocada a finales de mayo en Hiroshima, Japón.

Al tratar de atribuir a China todo lo que EE. UU. ha hecho contra otros países en las últimas décadas, está reconociendo implícitamente el daño provocado al mundo solo para servir los intereses egoístas de sus clases dominantes.

En el sentido inverso, intentan atribuirse a ellos mismos las virtudes que de hecho son propias de China, firme opositora a las sanciones económicas y quien más defiende, no solo de palabra, sino con acciones concretas, la paz mundial.

Al acusar a China de utilizar la coerción económica contra otros países y decir que ellos mismos defienden la paz, la estabilidad y la prosperidad mundiales, EE. UU. está invirtiendo los hechos, ya que son ellos los que llevan décadas utilizando las sanciones económicas como armas de guerra contra otros países y haciendo de las guerras que Washington promueve en todo el mundo su principal negocio.

Desde la declaración de independencia estadounidense en 1776, en más de 240 años de historia, EE. UU. nunca ha pasado más de dos décadas sin participar en una guerra. Según estadísticas incompletas, al final de la Segunda Guerra Mundial, entre 1945 y 2001, hubo 248 conflictos armados en 153 regiones del mundo, de los cuales 201 fueron iniciados por Washington, lo que representa más del 81 por ciento.

George F. Kenan, diplomático estadounidense y principal ideólogo de la Guerra Fría, escribió en el prefacio del libro "La Patología del Poder" (1987), de Norman Cousins, que "si la Unión Soviética se hundiera mañana bajo las aguas del océano, el complejo militar-industrial estadounidense tendría que permanecer, sustancialmente sin cambios, hasta que se pudiera inventar algún otro adversario. Cualquier otra cosa sería un shock inaceptable para la economía estadounidense".

En estos tiempos que corren, las sanciones económicas han sido ampliamente utilizadas por EE. UU. como instrumento para forzar un cambio de régimen contra cualquier país que no se somete a su voluntad, como es el caso de Cuba, Venezuela, Irán y la República Popular Democrática de Corea (RPDC), entre otros.

En cuanto a la crisis de Ucrania, EE. UU. y sus aliados utilizaron 3.000 sanciones unilaterales contra Rusia. Y en la reunión del G7, en Japón, el presidente estadounidense, Joe Biden, prometió lanzar una nueva ronda de restricciones al comercio con Rusia.

La estrategia de "derisk" (reducir riesgos) y "decouple" (desconexión industrial) que EE. UU. está utilizando para tratar de aislar a China en las cadenas mundiales de suministro se basa fundamentalmente en el uso de sanciones económicas. Y, en este caso, EE. UU. no solo está prohibiendo a sus propias empresas exportar ciertos tipos de microprocesadores a China, sino también obligando a otros países que ni siquiera utilizan insumos producidos en EE. UU., como es el caso de la neerlandesa ASML, a no exportar sus productos de alta tecnología a China.

Los demás países del G7, aun siendo conscientes de que la estrategia de Washington contra China solo sirve a los intereses de EE. UU. y perjudica los suyos, ya que dependen de los intercambios comerciales con China para mantener el dinamismo de sus economías, se someten de manera humillante a la voluntad norteamericana.

La verdad es que, junto con la OTAN, el G7 se ha convertido en una alfombra donde Estados Unidos se limpia los pies.

La cumbre del G7 aclaró que este grupo de economías ricas, que debería preocuparse por los graves problemas económicos globales, debido en gran medida a la política proteccionista de EE. UU. y de la guerra comercial y tecnológica que este país ha lanzado contra China, se limita no obstante a servir de felpudo para legitimar los intereses egoístas de EE. UU. en el mundo.

La declaración firmada por el grupo al final de la cumbre, amenazando a China, muestra hasta qué extremo los líderes de las economías más ricas del planeta, en lugar de defender los intereses de sus propios países, prefieren someterse al rol de fuerza auxiliar de EE. UU. en su lucha desesperada por seguir siendo la potencia mundial hegemónica.

La crisis ucraniana es un vivo ejemplo de cómo los estadounidenses actúan siempre en su propio interés, sin importar las consecuencias negativas para otros países. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, EE. UU. ha practicado una especie de keynesianismo o expansión del gasto público militar, consolidando al complejo militar-industrial estadounidense como el principal motor de la economía.

Para ellos, es de suma importancia que siempre haya alguna guerra en algún lugar del mundo en la que puedan participar, ya que es la única forma de que este complejo militar-industrial siga obteniendo beneficios, sin importar si se sacrifican cientos de miles de soldados o si las poblaciones de los países implicados directa e indirectamente en el conflicto se enfrentan a dificultades incluso para alimentarse.

El hecho de que varios países de Europa hayan introducido topes de precios para hacer frente al aumento de los costes de los alimentos es una prueba concreta de cómo la crisis de Ucrania está siendo perjudicial para su propia población y de que a todos les interesaría apoyar la propuesta de doce puntos de China para poner fin al conflicto.

Pero como Washington no quiere el fin del conflicto, ya que es importante para el mantenimiento del complejo militar-industrial estadounidense, sus aliados del G7 agachan la cabeza y aplauden la actitud belicista de EE. UU.

El primer ministro japoinés, Fumio Kishida, anfitrión de la reunión del G7 en Hiroshima, ciudad que EE. UU. destruyó con una bomba atómica al final de la Segunda Guerra Mundial, se empeñó en invitar a la reunión al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky.

A pesar de toda la palabrería en favor de la paz, Zelensky se llevó de Hiroshima un paquete de ayuda de 374.000 millones de dólares y la promesa de EE. UU. de que dispondrá de los cazas F-16 que pidió a los aliados, garantizando así la prolongación indefinida de un conflicto que ha matado ya a más de 200.000 soldados de ambos bandos, dado que esto redunda en interés de Washington.

Lo cierto es que, si Biden no hubiera sido elegido presidente de EE. UU., no habría estallado el conflicto en Ucrania, puesto que él estuvo directamente implicado, antes como vicepresidente en la Administración Obama, y ahora como presidente, con la idea de llevar los límites de la OTAN hasta las fronteras de Rusia para cercarla militarmente.

Esta es la mayor prueba de que esta crisis es una invención estadounidense, pese a todo lo que se dice de que fue un ataque no provocado de Rusia contra Ucrania, también porque antes del estallido del conflicto y justo al principio hubo más de una ocasión para llegar a un acuerdo de paz, pero EE. UU. boicoteó todas las iniciativas.

En un artículo reciente, el profesor Rodrigue Tremblay escribió que tanto Israel como Turquía intentaron mediar en una paz entre Rusia y Ucrania, pero sin éxito.

Primero, al inicio del conflicto, a principios de marzo de 2022, el entonces primer ministro israelí Naftali Bennett intentó mediar para poner fin rápidamente al enfrentamiento entre Rusia y Ucrania. Estuvo muy cerca de conseguirlo cuando el presidente ruso, Vladimir Putin, abandonó su exigencia de buscar el desarme de Ucrania y Zelensky prometió no entrar en la OTAN. Un acuerdo de paz bilateral estaba listo para ser firmado en abril de 2022.

Segundo, en marzo de 2022, el Gobierno turco también intentó acercar un acuerdo de paz entre Moscú y Kiev. Tras las fructíferas conversaciones mantenidas en Estambul entre funcionarios de ambos países, las dos partes acordaron el marco para un acuerdo provisional.

Teniendo en cuenta que tanto Rusia como Ucrania estaban dispuestas a hacer concesiones con acuerdos de paz al alcance de la mano, ¿por qué fracasaron los intentos de mediación de Israel y Turquía?

Según Bennett, la Administración Biden encargó al entonces primer ministro británico Boris Johnson ir a Kiev y sabotear cualquier acuerdo de paz. Algunas potencias occidentales vieron con buenos ojos que continuara el conflicto en Ucrania.

No contento con todo esto, EE. UU. prepara una nueva guerra, en un intento por replicar la crisis de Ucrania en la región de Asia-Pacífico, al aprovechar las crecientes tensiones en el estrecho de Taiwan, las cuales Washington y sus aliados del G7 buscan intensificar por todos los medios.

La estrategia de EE. UU., en estos momentos, es crear enfrentamientos y fomentar la división en todo el mundo. Para ello, cuenta con la omisión y connivencia de los demás países del G7.

Sin embargo, como resultado de esta estrategia, EE. UU. y los demás países del G7 se encuentran cada vez más aislados dado que, como reconoció el alto representante de la Unión Europea (UE) para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, en una entrevista con el diario británico Financial Times, la mayoría de los países fuera de Europa se niega a prestar apoyo militar a Ucrania o adherirse a las sanciones occidentales contra Moscú.

"América Latina, África, Indo-Pacífico son las tres grandes regiones del mundo. No podemos dar por sentado que están de nuestro lado", dijo el diplomático europeo. 

(Luis Antonio Paulino es profesor asociado de la Universidad estatal de Sao Paulo, Brasil)

(Las opiniones expresadas en este artículo son del escritor y no necesariamente reflejan la postura de la Agencia de Noticias Xinhua)

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