BEIJING, 22 dic (Xinhua) -- Hace 80 años, el mundo obtuvo una gran victoria en la guerra contra el fascismo. A costa de decenas de millones de vidas, la humanidad aplastó a las fuerzas fascistas, defendió la civilización y, entre las ruinas de la guerra, construyó el orden internacional de posguerra con la ONU en su núcleo, con la esperanza de prevenir futuras calamidades.
Sin embargo, mientras el mundo conmemora el 80º aniversario de la victoria en la Segunda Guerra Mundial, la primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, ha optado por ir contra la corriente de la historia. Al hablar ante la Dieta, vinculó la "situación de amenaza a la supervivencia" de Japón con una "contingencia de Taiwan", insinuando el uso de la fuerza contra China.
Sus declaraciones han provocado una gran conmoción y preocupación. Representan no solo una flagrante intromisión en los asuntos internos de China, sino también un desafío abierto al orden internacional de posguerra, enviando un mensaje profundamente peligroso y equivocado al mundo.
Para todos los que valoran la paz, su convicción es inequívoca: cualquier esfuerzo por blanquear la historia de agresión, por socavar el orden de posguerra o por coquetear con el resurgimiento del militarismo está destinado a enfrentar una firme oposición de la comunidad internacional, y ciertamente fracasará. La voluntad del pueblo chino de salvaguardar la soberanía nacional y la integridad territorial es inquebrantable, y su determinación de defender la victoria conseguida con tanto esfuerzo en la Guerra Mundial Antifascista permanece firme.
HECHOS HISTÓRICOS INDISPUTALBES
En el Museo de Nanjing, en la provincia oriental china de Jiangsu, se exhibe dentro de una vitrina un reloj de pared antiguo, con las manecillas de la hora y los minutos detenidas en la hora crucial de las 9 en punto. En la esfera del reloj, la inscripción reza: "El reloj utilizado en la ceremonia de firma de la rendición japonesa en el Teatro de Operaciones de China".
La ceremonia de firma se llevó a cabo en Nanjing el 9 de septiembre de 1945. Yasuji Okamura, entonces comandante en jefe del Ejército Expedicionario de Japón en China, entregó el Instrumento Oficial de Rendición de Japón a China. Siete días antes, en el USS Missouri, un acorazado estadounidense, en la Bahía de Tokio, el entonces ministro de Relaciones Exteriores de Japón, Mamoru Shigemitsu, ya había firmado la rendición de Japón ante los Aliados, incluida China.
La derrota de Japón fue un momento histórico clave que condujo a la construcción del orden internacional de posguerra, el cual codificó el retorno de Taiwan a China.
Taiwan ha sido parte del territorio sagrado de China desde la antigüedad. Japón inició la Primera Guerra Sino-Japonesa en 1894 y luego forzó al Gobierno de la dinastía Qing a firmar el desigual Tratado de Shimonoseki, lo que llevó a la colonización japonesa de Taiwan durante 50 años, el capítulo más oscuro en la historia de la isla, marcado por innumerables atrocidades.
En diciembre de 1943, China, Estados Unidos y Reino Unido emitieron la Declaración de El Cairo, que estipulaba que todos los territorios que Japón había robado a China, incluidos Taiwan y las Islas Penghu, debían ser restituidos a China. El término "restituir" significaba tanto reconocer hechos históricos como una reivindicación legal de que Taiwan pertenecía originalmente a China.
En julio de 1945, los tres países firmaron la Proclamación de Potsdam, que la Unión Soviética reconoció posteriormente. Esta reiteró: "Los términos de la Declaración de El Cairo serán llevados a cabo y la soberanía japonesa quedará limitada a las islas de Honshu, Hokkaido, Kyushu, Shikoku y a otras islas menores que determinemos".
Este documento legalmente vinculante proporcionó una base jurídica inquebrantable para el retorno de Taiwan a China. Japón, en sus documentos de rendición, se comprometió a "cumplir de buena fe las disposiciones de la Proclamación de Potsdam".
El 25 de octubre del mismo año, el Gobierno chino anunció que reanudaba el ejercicio de la soberanía sobre Taiwan, y la ceremonia para aceptar la rendición de Japón en el teatro de guerra aliado de la provincia china de Taiwan se celebró en Taipei. A partir de ese momento, China había recuperado Taiwan de jure y de facto a través de una serie de documentos con efecto jurídico internacional.
En octubre de 1971, el 26º Período de Sesiones de la Asamblea General de la ONU adoptó, por una abrumadora mayoría, la Resolución 2758, que decide restablecer todos sus derechos a la República Popular China y reconocer a los representantes de su Gobierno como los únicos representantes legítimos de China ante las Naciones Unidas.
Esta resolución zanjó de una vez por todas las cuestiones políticas, jurídicas y procesales de la representación de China en las Naciones Unidas, y cubrió todo el país, incluido Taiwan. También dejó claro que China tiene un solo asiento en las Naciones Unidas, por lo que no existen ni "dos Chinas" ni "una China, un Taiwan".
El principio de una sola China no solo se convirtió en el consenso internacional, sino que también sentó la base política para la normalización de las relaciones entre China y Japón. La Declaración Conjunta Sino-Japonesa de 1972 establece explícitamente que "el Gobierno de Japón reconoce al Gobierno de la República Popular China como el único Gobierno legal de China" y que "el Gobierno de la República Popular China reitera que Taiwan es una parte inalienable del territorio de la República Popular China. El Gobierno de Japón comprende plenamente y respeta esta posición del Gobierno de la República Popular China, y mantiene firmemente su posición bajo el Artículo 8 de la Proclamación de Potsdam".
Esta posición ha sido reafirmada explícitamente en tres documentos políticos posteriores firmados por China y Japón. Constituyen el compromiso solemne hecho por el Gobierno japonés y las obligaciones internacionales que debe cumplir como país derrotado de la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, las declaraciones provocadoras de Takaichi con respecto a Taiwan poco después de asumir el cargo marcaron una serie de "primeras veces" para un líder japonés desde la Segunda Guerra Mundial. Marca la primera vez desde la derrota de Japón en 1945 que un líder japonés ha defendido en un contexto oficial la noción de que "una contingencia en Taiwan es una contingencia para Japón" y la ha vinculado al ejercicio del derecho de autodefensa colectiva; la primera vez que Japón ha expresado ambiciones de intervenir militarmente en la cuestión de Taiwan; y la primera vez que Japón ha emitido una amenaza de uso de la fuerza contra China.
Estas declaraciones provocadoras constituyen una grave violación del derecho internacional y de las normas básicas que rigen las relaciones internacionales, socavan seriamente el orden internacional de posguerra y contravienen el espíritu del principio de una sola China y de los cuatro documentos políticos entre ambos países. También han puesto seriamente en peligro la base política de las relaciones entre China y Japón y han ofendido profundamente al pueblo chino.
El llamado "Tratado de San Francisco" citado por Takaichi fue emitido excluyendo a importantes partes de la Segunda Guerra Mundial, como la República Popular China y la Unión Soviética, con el fin de buscar un acuerdo de paz separado con Japón. Este documento va en contra de la disposición de no concertar armisticios ni acuerdos de paz separados con los enemigos, establecida en la Declaración de las Naciones Unidas firmada en 1942 por 26 países, incluidos China, Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Soviética, y viola la Carta de las Naciones Unidas y los principios básicos del derecho internacional.
Los hechos históricos no pueden alterarse. El estatus de Taiwan como parte inalienable de China está bien documentado, es verificable y cuenta con respaldo legal. No cambiará con el paso del tiempo ni se debilitará por manipulaciones políticas.
Japón debe afrontar su historia de agresión, reflexionar profundamente sobre sus crímenes y ofrecer una disculpa sincera. Las declaraciones erróneas de Takaichi sobre Taiwan, presentadas como una respuesta a una "situación que amenaza la supervivencia de Japón", junto con sus amenazas de intervención militar, desafían abiertamente los resultados victoriosos de la Segunda Guerra Mundial, buscando esencialmente negar el orden internacional de posguerra y revivir el militarismo japonés.
EL ESPECTRO DEL MILITARISMO
El hecho de que Japón nunca haya purgado a fondo la ideología militarista en el período de posguerra ha llevado a la aparición de figuras como Takaichi. Durante décadas, las fuerzas de derecha de Japón han estado conspirando para restaurar sus agendas.
Tras la derrota y rendición de Japón en la Segunda Guerra Mundial, la nación, habiendo sido el principal instigador de la agresión, debería haberse sometido a un ajuste de cuentas exhaustivo. La Proclamación de Potsdam estipulaba claramente que "debe eliminarse para siempre la autoridad e influencia de aquellos que han engañado y extraviado al pueblo de Japón para embarcarse en la conquista mundial".
Sin embargo, con el inicio de la Guerra Fría, la política de Washington hacia Japón cambió fundamentalmente: de debilitar y desmilitarizar a Japón a cultivarlo y rearmarlo. Como resultado, el ajuste de cuentas con el militarismo japonés quedó inconcluso. Una política diseñada para expulsar a los militaristas de las esferas política, económica y pública también fue suspendida, permitiendo que muchas figuras bélicas regresaran al poder.
El caso más emblemático es el de Nobusuke Kishi. Un vestigio del militarismo que se desempeñó como ministro de Comercio e Industria en el Gabinete de Hideki Tojo y fue detenido como sospechoso criminal de guerra de Clase A, Kishi inesperadamente regresó a la política y se convirtió en primer ministro de Japón en 1957. Su ascenso marcó el "resurgimiento" de las fuerzas militaristas en el Japón de posguerra. Atsushi Koketsu, profesor emérito de la Universidad de Yamaguchi, observó que el sistema político de posguerra de Japón fue, en parte, establecido por aquellos que una vez libraron una guerra de agresión, agregando que su influencia continúa hasta el día de hoy.
Como resultado, las fuerzas de derecha de Japón se envalentonaron para crecer y enconarse. Durante décadas, las fuerzas de derecha han trabajado para revivir el militarismo, negar la historia de agresión de Japón y liberarse de las restricciones del orden internacional de posguerra.
Sus intentos han sido visibles en acciones como las visitas al Santuario Yasukuni. Durante la guerra, Yasukuni sirvió como una herramienta de adoctrinamiento militarista, glorificando la "lealtad al emperador". Después de que 14 criminales de guerra de Clase A, incluido Hideki Tojo, fueran en secreto consagrados allí en 1978, el santuario se convirtió en un símbolo de glorificación de la guerra de agresión de Japón. Desde entonces, los políticos japoneses han visitado continuamente el santuario. La propia Takaichi lo llamó públicamente "un santuario de la paz" y lo ha visitado casi cada año en los últimos años.
Para manipular la educación y la opinión públicas, la derecha japonesa ha promovido durante mucho tiempo el revisionismo histórico para "blanquear" los crímenes de guerra. Afirman que Japón libró una guerra por "autopreservación y autodefensa". También intentan desacreditar los reconocimientos de crímenes de guerra como una "visión masoquista de la historia". En 1997, académicos de derecha fundaron la Sociedad Japonesa para la Reforma de los Libros de Texto de Historia, que ha trabajado con políticos de derecha para impulsar revisiones de libros de texto. Términos como "invasión" de China fueron suavizados a "avance" o "entrada", mientras que atrocidades como la Masacre de Nanjing y el reclutamiento forzoso de "mujeres de solaz" fueron etiquetadas como "cuestionables".
Esta derecha también busca cualquier oportunidad para "liberar" al ejército japonés. La piedra angular de la Constitución pacifista de Japón es el Artículo 9, que renuncia al derecho de la nación a participar en la guerra o a recurrir a la fuerza militar para resolver conflictos internacionales. Durante décadas, este artículo ha sido una restricción fundamental para los esfuerzos militares de Japón.
Sin embargo, los grupos de derecha han trabajado incansablemente para socavar esta misma cláusula. Tras el fin de la Guerra del Golfo, Japón envió dragaminas a la región del Golfo, marcando el primer despliegue en ultramar de las Fuerzas de Autodefensa (SDF, siglas en inglés). Durante la guerra en Afganistán, Japón envió buques navales para proporcionar suministros de combustible a las fuerzas estadounidenses, representando el primer despliegue en ultramar en tiempos de guerra de las SDF. En la Guerra de Irak, efectivos de las SDF fueron desplegados en territorio iraquí, la primera vez que fueron enviados a un territorio extranjero en medio de un conflicto activo.
El alcance operativo de las fuerzas militares de Japón ha seguido expandiéndose, vaciando de forma gradual los principios de su Constitución pacifista.
Esta tendencia se aceleró notablemente durante la Administración de Shinzo Abe. En 2015, el Gobierno japonés forzó la aprobación de una nueva ley de seguridad que permite a Japón ejercer la autodefensa colectiva cuando países "estrechamente relacionados con Japón" sean atacados. Esto creó una apertura legal para el paso de Japón de la defensa a la ofensiva.
Ahora, Takaichi, quien se autoproclama heredera política de Abe, intenta llevar esta reinterpretación ya peligrosa a un terreno aún más arriesgado para Japón y la región.
A menos que Japón enfrente este legado no resuelto con honestidad y moderación, el espectro del militarismo continuará filtrándose en su política con consecuencias que se extienden mucho más allá de sus costas.
El ascenso político de Takaichi se ha cultivado en el suelo venenoso del revisionismo histórico. Desde cuestionar la Declaración de Murayama, considerada la culminación de la disculpa de Japón por sus agravios antes y durante la Segunda Guerra Mundial, hasta negar la Masacre de Nanjing y glorificar símbolos militaristas, ella se ha alineado con facciones que se niegan a ajustar cuentas con la pasada agresión de Japón. Lo que es aún más alarmante, medios japoneses han revelado que Takaichi fue fotografiada en cierta ocasión con el líder de un grupo neonazi en Japón.
Durante décadas, los políticos de derecha de Japón, como Takaichi, se han quedado estancados en una visión mundial centenaria, incapaces, o no dispuestos, a superar la mentalidad que una vez alimentó la agresión de Japón. Sus percepciones de China están definidas no por hechos o desarrollos contemporáneos, sino por la nostalgia de las ambiciones imperialistas, la negación de las atrocidades bélicas y el desprecio por los compromisos solemnes que Japón hizo al normalizar las relaciones con China.
La Administración de Takaichi también parece ansiosa por desviar la atención de los desafíos internos, incluido el gobierno en minoría, la disminución del apoyo al Partido Liberal Democrático de Takaichi y el descontento con la gestión, mediante la puesta en escena de una política exterior de confrontación.
Impulsada por múltiples factores, Takaichi ha acelerado su peligrosa agenda. No solo ha hecho comentarios imprudentes con respecto a Taiwan, sino que también ha impulsado un aumento drástico en el gasto de defensa, buscado revisar documentos de seguridad clave, intentado relajar aún más las restricciones a las exportaciones de armas, insinuado el desarrollo de submarinos de propulsión nuclear e incluso mencionado la revisión de los tres principios antinucleares de Japón.
Frente a hechos históricos y legales claros, Takaichi no ha reconocido sus errores ni retirado sus falacias, sino que las ha intensificado. Esto demuestra plenamente que sus comentarios sobre Taiwan de ninguna manera fueron un desliz momentáneo, sino una exposición deliberada de sus intenciones políticas. Algunas voces lúcidas en Japón han señalado que Takaichi opera bajo, al menos, dos errores de juicio fatales.
Primero, ha juzgado mal el panorama internacional. Un editorial en el periódico japonés Asahi Shimbun señaló perspicazmente que en un momento en el que Estados Unidos busca estabilizar sus relaciones con China, los comentarios de Takaichi "carecen de una perspectiva amplia", poniendo en entredicho los cimientos de la diplomacia japonesa. Otros comentaristas señalaron que Takaichi intentaba vincular a Estados Unidos con su arriesgada agenda y hacer que Washington "pague la factura", lo cual no es más que una peligrosa apuesta política.
En segundo lugar, ha subestimado la determinación de China. La cuestión de Taiwan está en el núcleo de los intereses centrales de China y es la línea roja que no debe cruzarse. Al desafiar los intereses centrales de China, sin duda enfrentará una respuesta firme y decidida de la parte china.
CRÍMENES DE GUERRA NO EXPIADOS
La firme reacción de China no es ninguna sorpresa. La retórica de la "situación que amenaza la supervivencia" es demasiado familiar para el pueblo chino. Los agresores imperialistas japoneses utilizaron un pretexto similar para lanzar una guerra de agresión contra China que duró 14 años. En 1931, los militaristas japoneses, alegando que "Manchuria y Mongolia son el sustento de Japón", provocaron el Incidente del 18 de septiembre para ocupar el noreste de China. En 1937, repitieron la táctica con el Incidente del 7 de julio, lanzando una guerra de agresión a gran escala contra China.
Las recientes declaraciones de Takaichi guardan un parecido alarmante con la retórica utilizada por las fuerzas armadas japonesas antes de la Segunda Guerra Mundial. En aquel entonces, la afirmación de que "Manchuria y Mongolia son el sustento de Japón" se utilizó como pretexto para la agresión de Tokio. Hoy en día, la retórica de "una contingencia en Taiwan es una contingencia para Japón" intenta atraer a Taiwan de China al llamado "perímetro de seguridad" de Japón. Estas peligrosas maniobras huelen a militarismo.
Al restar importancia a la agresión bélica de Japón y amplificar el impacto de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, las fuerzas de derecha del país intentan transformarse de agresores en víctimas.
El Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano Oriente lo dejó claro hace mucho tiempo: Japón cometió crímenes contra la paz, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Como afirmó Telford Taylor, fiscal clave del Tribunal Internacional para los Crímenes de Guerra de Núremberg, los bombardeos atómicos pusieron fin a una guerra de la que el Gobierno japonés era directamente responsable.
Sin embargo, los grupos de derecha en Japón siguen intentando vender la mentira de que el país estaba tratando de "liberar Asia" y construir una "Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental". La historia demuestra que su "coprosperidad" significa asesinatos en masa, saqueos, trabajos forzados y expolio cultural. Solo en China, 35 millones de soldados y civiles chinos murieron o resultaron heridos en la guerra, por no mencionar las innumerables ciudades y pueblos reducidos a escombros y las decenas de millones de personas desplazadas durante la agresión japonesa.
Al intentar eludir sus crímenes de guerra, Japón está evadiendo obligaciones claramente definidas en el derecho internacional. Ya sea con la afirmación de Abe de que los japoneses "ya no pueden soportar el destino de seguir pidiendo perdón" o con la intensificada presión de Takaichi para romper con el orden internacional de posguerra, estos políticos japoneses están luchando por eludir su responsabilidad histórica.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los líderes alemanes han tomado medidas concretas para compensar a las víctimas y educar a las generaciones futuras sobre el pasado bélico de Alemania. Como señaló el excanciller alemán Gerhard Schroder, afrontar la historia con prudencia y autorreflexión genera respeto.
El 1 de diciembre, el Gobierno alemán anunció que construiría un monumento en memoria de las víctimas polacas del régimen Nazi. Durante las recientes conversaciones con el primer ministro polaco, Donald Tusk, de visita en Berlín, el canciller alemán, Friedrich Merz, reiteró que el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial no es un capítulo cerrado, sino una responsabilidad permanente.
"El pasado nunca termina", afirmó Merz, señalando que recordar y aceptar la historia "nunca será algo definitivo" y que Alemania asume su responsabilidad histórica.
La historia demuestra que negar o encubrir la agresión tendrá un efecto tremendamente negativo en el futuro de un país. ¿Cómo puede una nación que se niega a reconocer su historia ganarse la confianza o el respeto de la comunidad internacional?
EL COMPROMISO DE CHINA CON LA PAZ Y LA JUSTICIA
Es evidente que un Japón que se niega a reflexionar verdaderamente sobre su pasado mientras acelera su expansión militar corre el riesgo de volver a convertirse en una fuente de inestabilidad regional. La postura regresiva de Takaichi ya ha provocado fuertes críticas tanto dentro como fuera del país.
En Japón, el abandono de Takaichi del compromiso del país con la paz en la posguerra y su alteración del consenso social han incrementado la preocupación pública de que la nación pueda volver a repetir errores del pasado y verse arrastrada nuevamente a las llamas de la guerra. Varios ex primeros ministros la han criticado abiertamente por sobrepasar los límites, mientras que numerosos legisladores y grupos cívicos han cuestionado su idoneidad para ejercer como primera ministra. Académicos y medios de comunicación han advertido que sus acciones imprudentes podrían aislar diplomáticamente a Japón y dañar su economía.
A nivel regional, las peligrosas medidas del Gobierno de Takaichi han socavado el orden internacional de posguerra que durante mucho tiempo ha salvaguardado la paz y el desarrollo duraderos en Asia-Pacífico. Países como Rusia, la República de Corea y Myanmar han expresado sus críticas.
En la escena internacional, las declaraciones de Takaichi, que vinculan una "situación que amenaza la supervivencia" de Japón con la cuestión de Taiwan, han vuelto a despertar los dolorosos recuerdos del militarismo en la comunidad internacional. Como ha señalado el presidente nacional del Partido de los Ciudadanos Australianos, Robert Barwick, las declaraciones de Takaichi "socavan tanto la seguridad de Japón como la de toda la región".
El mundo actual poco se parece al del pasado, y la China de hoy ya no es la que era hace un siglo.
El pueblo chino siempre ha apreciado la paz y sigue comprometido con la lucha por la reunificación pacífica. Sin embargo, en cuestiones importantes relacionadas con la soberanía nacional y la integridad territorial, China nunca cederá ni transigirá. Cualquier intento de interferir en los asuntos internos de China u obstaculizar su reunificación nacional será respondido con contramedidas decisivas.
Hace 80 años, frente al militarismo japonés, el pueblo chino luchó por la supervivencia nacional, el rejuvenecimiento nacional y la causa de la justicia humana. Hoy en día, China es aún más capaz y está más decidida a salvaguardar la paz que tanto le ha costado conseguir.
La paz y el desarrollo son las tendencias predominantes de la época y la aspiración compartida de todos los pueblos. Como miembro fundador de las Naciones Unidas y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, China se mantendrá firme en el lado correcto de la historia. Junto con todas las naciones y pueblos comprometidos con la paz, China salvaguardará el orden internacional de posguerra, defenderá la victoria de la Segunda Guerra Mundial y garantizará que la bandera de la paz y la justicia siga ondeando en lo alto.
