ESPECIAL: Muro fronterizo de EEUU es habitual para miles de mexicanos

Spanish.xinhuanet.com   2018-01-19 08:17:31

Por Luis Brito

TIJUANA, México, 18 ene (Xinhua) -- Alexis Franco está tan acostumbrado a la valla que separa Estados Unidos de México que a veces la escala por diversión. "¡Mexican power!", grita sentado en lo alto de la barrera metálica, con la mitad de su cuerpo del lado de Tijuana y la otra del lado de San Diego.

Su novia Guadalupe lo mira sonriente desde la puerta de la pequeña casa hecha con desperdicios de madera que habitan a unos pasos de la cerca oxidada por el tiempo, en un populoso barrio de calles de tierra en el este de Tijuana.

"Me he brincado, pero nomás de broma. Me brinco, me regreso", cuenta el joven de 22 años.

Desde octubre pasado, la pareja tiene como vecinos también ocho prototipos del muro que el presidente estadounidense, Donald Trump, prometió construir en la frontera común de casi 3.200 kilómetros. Unos son sólo concreto y otros mezclan materiales con tubos, pero todos están pensados para que los migrantes no puedan trepar por ellos.

Al cumplirse un año de que llegó a la Casa Blanca, el 20 de enero, esos bloques de nueve metros de alto son lo único tangible del muro que el republicano convirtió en su promesa central de campaña para frenar la entrada de migrantes sin papeles y drogas.

El Congreso no ha aceptado a la fecha asignar fondos para el muro, que costaría 18.000 millones de dólares a lo largo de una década. México, por su parte, ha reiterado que no lo pagará, como Trump también propone.

Los prototipos o el eventual muro no son algo que parezca perturbar a la gente en Tijuana, habituada desde 1994 a que una barrera que recorre unos 23 kilómetros desde el Pacífico frente a su playa corte el paisaje hacia San Diego.

Hay tramos donde la frontera más occidental entre ambos países tiene dos o hasta tres cercas que suben y bajan cerros, reforzadas por brillantes faroles, cámaras de seguridad y recorridos de la Patrulla Fronteriza día y noche.

Alexis, quien se gana la vida recolectando plástico reciclable, comenta que no le preocupa el muro. Lo único que cambió desde que levantaron los prototipos es que turistas llegan a su calle para fotografiarlos a través de orificios en la valla.

Igual opina Adrián López, otro vecino que suma 18 años residiendo junto a la barda de color ocre desde que lo deportaron de Los Angeles. La placa para él es casi otra pared de su predio que cruza para recoger el balón cuando cae de lado estadounidense mientras juega fútbol con amigos.

"No nos afecta en nada. Ellos están en su país y tienen derecho de hacer lo que quieran en su país, solamente que no quieran que nosotros paguemos por el muro que ellos quieren construir", expresa el hombre de 38 años.

Adrián creció como migrante sin papeles en el este de la ciudad californiana, pero asegura que no regresaría. La vida es más pacífica en la urbe del estado de Baja California a pesar de que los 2.000 pesos (106 dólares) que gana como albañil a la semana alcanzan sólo para "mal comer".

También está seguro de que el muro que Estados Unidos pretende levantar no detendrá a los migrantes que aspiran al sueño americano, como tampoco lo hizo la valla que se construyó en la administración de Bill Clinton (1993-2001).

"He mirado en estos días mucha gente que se ha brincado por aquí mismo (por los prototipos)... No sé si pasen, pero se brincan como diciendo 'no me importa que tan grandes hagas los muros, de aquí hasta el cielo, de todos modos vamos a cruzar'", coincide Alexis.

Los habitantes de la ciudad igualmente están acostumbrados a que migrantes del sur y centro de México o de países centroamericanos, caribeños o asiáticos deambulen por las calles en espera de escabullirse por algún punto hacia el otro lado.

Hace no mucho, Adrián observó cuando un hombre echó a sus dos pequeños hijos a través de la barrera, frente a su casa, con la esperanza de que la Patrulla Fronteriza los detuviera y entregara a su esposa en Estados Unidos.

Tijuana-San Diego era el área por donde cruzaba la mitad de los migrantes indocumentados en los noventa del siglo pasado, según un estudio de El Colegio de la Frontera Norte.

La valla y los mayores controles redujeron el flujo, pero no lo frenaron y empujaron a la migración hacia rutas más peligrosas por el desierto que comparte el vecino estado de Sonora con Arizona.

El delegado del Instituto Nacional de Migración (INM) en Baja California, Rodulfo Figueroa, afirma en entrevista con Xinhua que para la región no es nuevo que Estados Unidos endurezca medidas de seguridad fronteriza, porque lo ha hecho desde los atentados terroristas de 2001.

De hecho, cercas o mallas de alambre de diferentes alturas que llegan hasta los nueve metros cubren actualmente poco más de 1.000 kilómetros de la larga frontera común, una tercera parte de ella.

Figueroa expone que la deportación de mexicanos ha caído porque cada vez hay menos en suelo estadounidense y, además, el grueso de los extranjeros sin papeles que vive en ese país entró legalmente.

"Hablar de vallas o muros es probablemente una herramienta que políticamente es útil, pero la realidad es que el orden migratorio tiene distintas aristas", sostiene.

Para el especialista en migración y coordinador de programas del refugio Casa del Migrante, Carlos Yee, la política migratoria de la Casa Blanca incluye componentes simbólicos y mediáticos para desalentar los cruces sin papeles, como lo es la promesa de muro "grande y hermoso".

"Si un migrante está en Centroamérica, en Honduras, en su pueblo pequeño, viendo la televisión y mira 'oh, está esa barda' piensa dos veces antes de gastar todo el dinero que tiene y llegar hasta Tijuana a cruzar", explica el experto.

La cerca entre las dos ciudades se interrumpe abruptamente en un cerro desde donde lo único que se observa hacia el lado estadounidense son más cerros desérticos.

Aunque no hay una barrera física, bastan pocos minutos para que agentes fronterizos lleguen en patrullas cuando detectan el cruce de personas.

Reginaldo Márquez, quien vive frente al fin de la valla, comenta que aún así observa cotidianamente a pequeños grupos de migrantes aventurándose a pasar por ese punto, llamado Nido de las Aguilas, guiados normalmente por traficantes.

El llegó a residir en el sitio rodeado de nopales en 1975 y desde entonces ha sido testigo de los cambios en la dinámica de la frontera. Sólo había un cable de acero a manera de límite y los tijuanenses cruzaban como si se tratara de una calle para trabajar en campos de tomate, lechuga o pepino.

Cuenta que el incremento paulatino de la seguridad no ha repercutido entre los habitantes porque hacen su vida normal, pero sí entre los migrantes: a mayores controles cuesta más la tarifa que los traficantes cobran.

"A la gente el hambre no la detiene ... Si el narcotráfico hace subterráneos o cuevas, la gente le va a buscar (la forma de cruzar)", afirma el hombre de 63 años.

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ESPECIAL: Muro fronterizo de EEUU es habitual para miles de mexicanos

Spanish.xinhuanet.com 2018-01-19 08:17:31

Por Luis Brito

TIJUANA, México, 18 ene (Xinhua) -- Alexis Franco está tan acostumbrado a la valla que separa Estados Unidos de México que a veces la escala por diversión. "¡Mexican power!", grita sentado en lo alto de la barrera metálica, con la mitad de su cuerpo del lado de Tijuana y la otra del lado de San Diego.

Su novia Guadalupe lo mira sonriente desde la puerta de la pequeña casa hecha con desperdicios de madera que habitan a unos pasos de la cerca oxidada por el tiempo, en un populoso barrio de calles de tierra en el este de Tijuana.

"Me he brincado, pero nomás de broma. Me brinco, me regreso", cuenta el joven de 22 años.

Desde octubre pasado, la pareja tiene como vecinos también ocho prototipos del muro que el presidente estadounidense, Donald Trump, prometió construir en la frontera común de casi 3.200 kilómetros. Unos son sólo concreto y otros mezclan materiales con tubos, pero todos están pensados para que los migrantes no puedan trepar por ellos.

Al cumplirse un año de que llegó a la Casa Blanca, el 20 de enero, esos bloques de nueve metros de alto son lo único tangible del muro que el republicano convirtió en su promesa central de campaña para frenar la entrada de migrantes sin papeles y drogas.

El Congreso no ha aceptado a la fecha asignar fondos para el muro, que costaría 18.000 millones de dólares a lo largo de una década. México, por su parte, ha reiterado que no lo pagará, como Trump también propone.

Los prototipos o el eventual muro no son algo que parezca perturbar a la gente en Tijuana, habituada desde 1994 a que una barrera que recorre unos 23 kilómetros desde el Pacífico frente a su playa corte el paisaje hacia San Diego.

Hay tramos donde la frontera más occidental entre ambos países tiene dos o hasta tres cercas que suben y bajan cerros, reforzadas por brillantes faroles, cámaras de seguridad y recorridos de la Patrulla Fronteriza día y noche.

Alexis, quien se gana la vida recolectando plástico reciclable, comenta que no le preocupa el muro. Lo único que cambió desde que levantaron los prototipos es que turistas llegan a su calle para fotografiarlos a través de orificios en la valla.

Igual opina Adrián López, otro vecino que suma 18 años residiendo junto a la barda de color ocre desde que lo deportaron de Los Angeles. La placa para él es casi otra pared de su predio que cruza para recoger el balón cuando cae de lado estadounidense mientras juega fútbol con amigos.

"No nos afecta en nada. Ellos están en su país y tienen derecho de hacer lo que quieran en su país, solamente que no quieran que nosotros paguemos por el muro que ellos quieren construir", expresa el hombre de 38 años.

Adrián creció como migrante sin papeles en el este de la ciudad californiana, pero asegura que no regresaría. La vida es más pacífica en la urbe del estado de Baja California a pesar de que los 2.000 pesos (106 dólares) que gana como albañil a la semana alcanzan sólo para "mal comer".

También está seguro de que el muro que Estados Unidos pretende levantar no detendrá a los migrantes que aspiran al sueño americano, como tampoco lo hizo la valla que se construyó en la administración de Bill Clinton (1993-2001).

"He mirado en estos días mucha gente que se ha brincado por aquí mismo (por los prototipos)... No sé si pasen, pero se brincan como diciendo 'no me importa que tan grandes hagas los muros, de aquí hasta el cielo, de todos modos vamos a cruzar'", coincide Alexis.

Los habitantes de la ciudad igualmente están acostumbrados a que migrantes del sur y centro de México o de países centroamericanos, caribeños o asiáticos deambulen por las calles en espera de escabullirse por algún punto hacia el otro lado.

Hace no mucho, Adrián observó cuando un hombre echó a sus dos pequeños hijos a través de la barrera, frente a su casa, con la esperanza de que la Patrulla Fronteriza los detuviera y entregara a su esposa en Estados Unidos.

Tijuana-San Diego era el área por donde cruzaba la mitad de los migrantes indocumentados en los noventa del siglo pasado, según un estudio de El Colegio de la Frontera Norte.

La valla y los mayores controles redujeron el flujo, pero no lo frenaron y empujaron a la migración hacia rutas más peligrosas por el desierto que comparte el vecino estado de Sonora con Arizona.

El delegado del Instituto Nacional de Migración (INM) en Baja California, Rodulfo Figueroa, afirma en entrevista con Xinhua que para la región no es nuevo que Estados Unidos endurezca medidas de seguridad fronteriza, porque lo ha hecho desde los atentados terroristas de 2001.

De hecho, cercas o mallas de alambre de diferentes alturas que llegan hasta los nueve metros cubren actualmente poco más de 1.000 kilómetros de la larga frontera común, una tercera parte de ella.

Figueroa expone que la deportación de mexicanos ha caído porque cada vez hay menos en suelo estadounidense y, además, el grueso de los extranjeros sin papeles que vive en ese país entró legalmente.

"Hablar de vallas o muros es probablemente una herramienta que políticamente es útil, pero la realidad es que el orden migratorio tiene distintas aristas", sostiene.

Para el especialista en migración y coordinador de programas del refugio Casa del Migrante, Carlos Yee, la política migratoria de la Casa Blanca incluye componentes simbólicos y mediáticos para desalentar los cruces sin papeles, como lo es la promesa de muro "grande y hermoso".

"Si un migrante está en Centroamérica, en Honduras, en su pueblo pequeño, viendo la televisión y mira 'oh, está esa barda' piensa dos veces antes de gastar todo el dinero que tiene y llegar hasta Tijuana a cruzar", explica el experto.

La cerca entre las dos ciudades se interrumpe abruptamente en un cerro desde donde lo único que se observa hacia el lado estadounidense son más cerros desérticos.

Aunque no hay una barrera física, bastan pocos minutos para que agentes fronterizos lleguen en patrullas cuando detectan el cruce de personas.

Reginaldo Márquez, quien vive frente al fin de la valla, comenta que aún así observa cotidianamente a pequeños grupos de migrantes aventurándose a pasar por ese punto, llamado Nido de las Aguilas, guiados normalmente por traficantes.

El llegó a residir en el sitio rodeado de nopales en 1975 y desde entonces ha sido testigo de los cambios en la dinámica de la frontera. Sólo había un cable de acero a manera de límite y los tijuanenses cruzaban como si se tratara de una calle para trabajar en campos de tomate, lechuga o pepino.

Cuenta que el incremento paulatino de la seguridad no ha repercutido entre los habitantes porque hacen su vida normal, pero sí entre los migrantes: a mayores controles cuesta más la tarifa que los traficantes cobran.

"A la gente el hambre no la detiene ... Si el narcotráfico hace subterráneos o cuevas, la gente le va a buscar (la forma de cruzar)", afirma el hombre de 63 años.

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